Expresos palestinos cuentan cómo es la vida en las cárceles israelíes
Tres expresos palestinos cuentan cómo es la vida en el interior de las cárceles israelíes, los abusos y las humillaciones que sufren
Shirin Jalel
Más de 1.500 presos palestinos han entrado en su 14º día de huelga de hambre hoy domingo. Piden mejores condiciones de vida en las prisiones, visitas familiares más frecuentes y más largas, atención médica adecuada, fin de las “condiciones abusivas” y del uso del aislamiento y la “detención administrativa” (una política israelí por la que los palestinos pueden ser encarcelados sin cargos ni juicio por tiempo indefinido).
La huelga de hambre, iniciada el 16 de abril, es la primera de estas dimensiones en los últimos años. Dos semanas después de su arranque, la iniciativa ha cobrado impulso. A nivel local, los palestinos llevaron a cabo una huelga general en toda Cisjordania el jueves, cerrando empresas y escuelas. El viernes, los líderes políticos llamaron a una jornada de lucha, con protestas masivas en todo el territorio cisjordano y en Israel. El sábado, esos líderes propusieron mantener las movilizaciones e incrementarlas.
El ministro israelí del interior, Guilad Erdan, ha declarado que la huelga no les obligará a entablar negociaciones, porque “no hay ninguna razón para dar [a los presos palestinos] mejores condiciones que las que ya tienen”.
Sin embargo, los palestinos que han pasado tiempo en las prisiones israelíes han dicho a Mondoweiss que el trato es inhumano y que la lista de demandas exigidas por los huelguistas de hambre son derechos humanos básicos.
Sentado con otros dos expresos en su panadería, Nasralah dice que ningún punto de la lista de demandas es más destacado que otro, pero subrayó la importancia de la atención médica adecuada en el interior de las cárceles israelíes.
Atención médica adecuada
“La primera vez que me arrestaron, me llevaron a una habitación de un metro por un metro para ser interrogado. En ella hacía mucho calor y había mucha humedad, no había agua ni luz”, dice. “Contraje una erupción cutánea muy grave por todo el cuerpo debido a esas condiciones de encierro. No me dieron agua durante varios días, ni para beber ni para lavar o rezar. Fue una especie de tortura psicológica”.La erupción cutánea de Nasralah empeoró. No podía dormir por el dolor. Incluso los movimientos más normales le causaban dolor, pero no le dieron ninguna medicina para tratar el problema.
“Empeoraba cada vez más y la enfermera —si es que realmente lo era— se limitaba a decirme que bebiera más agua. Para cualquier cosa, siempre nos decían que bebiéramos más agua, como si eso fuera un tratamiento”, dice Nasralah. “No podía dormir, me dolía tanto que me rascaba por todo el cuerpo hasta que me hacía sangrar”.
Cuando le preguntamos cuánto tiempo pasó hasta que desapareció la erupción, una mirada de incredulidad se apoderó de su rostro.
“No me entiende”, dijo. “No desapareció. La tuve durante los cuatro años [de prisión]”.
La única medicina que le dieron fue unas pastillas para dormir.
Mahmud Abu Esrur, un amigo de Nasralah, fue detenido en 2004, cuando tenía 15 años, y pasó tres años en una prisión israelí. Un soldado israelí le disparó en una pierna en el curso de unos enfrentamientos, cuando tenía solo 12 años. Fue arrestado tres años más tarde, pero su pierna no se había curado totalmente y todavía está en proceso de rehabilitación.
“Me dispararon con una bala de gran calibre que fue directamente a mi muslo derecho”, explica Abu Esrur. “Tres años más tarde, todavía tenía problemas con mi pierna, me dolía mucho, pero cuando entré en la cárcel, dejaron de darme tratamiento, porque, según dijeron, había casos más graves que el mío. No quise mover el asunto y ser la causa de que les quitaran el tratamiento a casos más urgentes que el mío”.
Abu Esrur explicó que hacen falta meses, incluso un año, para que un preso vea a un verdadero médico. Casos menos graves pueden ser tratados en la enfermería de la prisión, pero, según Abu Esrur, no es seguro que las personas que atienden la enfermería sean profesionales y los tratamientos suelen terminar en pastillas para dormir, analgésicos y el consejo de beber más agua.
“Comparad con otras prisiones del mundo, incluso con las cárceles de presos comunes israelíes. Las prisiones en las que están los presos palestinos no se parecen a otras”, dice. “Los palestinos que están en las cárceles israelíes no son tratados como delincuentes, sino que tenemos aún menos derechos”.
Los que solicitan y reciben un tratamiento en una instalación médica tienen que atravesar un largo proceso de trámites agotadores, esperas interminables y traslados, todo lo cual empuja a algunos presos enfermos a no pedir esa atención médica, explica Nasralah.
Traslados más humanos
Aún así, después de que se ha aprobado que un preso sea atendido en un hospital, el traslado puede ser algo realmente penoso y humillante, según han relatado los tres expresos.“Cuando uno está enfermo o tiene dolores, ir al hospital significa estar esposado de pies y manos durante horas y sin ninguna protección frente al clima. Si hace frío, te hielas en el autobús, y si hace calor, te achicharras”, cuenta Nasralah. “Los asientos del autobús es otro tema. Son rejillas de metal en las que pasas horas (también cuando te llevan a los tribunales). Es muy incómodo, pero no puedes moverte y acabas teniendo dolores, sobre todo si estás enfermo; en este caso, es insoportable sentarse en esos asientos, de forma que muchos prefieren no ser trasladados”.
Cuando Nasralah terminó de relatar los problemas de los traslados, añadió que había algo más de lo que quería hablar, pero que no estaba convencido de que fuera apropiado.
“Bueno, algunos presos rechazan el tratamiento médico o el traslado al hospital porque, esto es muy embarazoso, antes de que te trasladen, incluso dentro de la misma prisión, de una sección a otra, te desnudan y te obligan a inclinarte para hacerte una inspección. Eso lo hacen a todos los presos antes de trasladarles de un punto a otro. Cuando te hacen esa inspección, lo único que quieres es explotar”.
Mohamed Fathy, de 26 años, el más callado de los tres, pasó diez años en prisión. Le detuvieron cuando tenía 16 años y acaba de salir de la cárcel en octubre.
Fathy dice que los servicios de seguridad israelíes tienen algunas de las tecnologías más sofisticadas del mundo y cree que no hay ninguna razón para que la administración de las prisiones no puedan realizar escaneos a los presos en lugar de las inspecciones físicas.
“Usan ese método para humillarnos”, dice Fathy. “Israel tiene toda la tecnología necesaria, pueden utilizar las máquinas para ver todo sin humillar de esta forma a los presos”.
Más visitas familiares
En ese momento intervino Abu Esrur para añadir que él rechazó las visitas de sus familiares durante los tres años que estuvo encarcelado debido a los registros corporales.“No podía pasar por eso, de ninguna manera. Le dije a mi familia que no viniera a visitarme porque no podía pasar ese horrible trago antes de verlos”, dice Abu Esrur.
Durante los diez años que Fathy estuvo en prisión, entre sus 16 y 26 años, las autoridades israelíes nunca permitieron que le visitara su padre porque, según decían, era una “amenaza para la seguridad”.
Según el derecho internacional y la Cuarta Convención de Ginebra, una potencia ocupante no puede encarcelar a los presos del territorio ocupado fuera de ese territorio ocupado. Sin embargo, la gran mayoría de los presos palestinos de Gaza y Cisjordania están en cárceles situadas dentro de Israel. De hecho, solo hay una cárcel israelí en Cisjordania, la de Ofer, que es utilizada únicamente para casos de condenas cortas. Así las cosas, los seres queridos de los presos tienen que solicitar el permiso para entrar en Israel, algo que es generalmente difícil de obtener.
Además, el viaje desde Cisjordania a las cárceles israelíes, muchas de las cuales están situadas en los extremos norte y sur, es muy largo y difícil. La única forma en que los seres queridos pueden visitar a los presos es mediante un servicio de autobuses del Comité Internacional de la Cruz Roja, que solo ofrece ese servicio una vez al mes.
“Incluso mis hermanos y hermanas solo pudieron visitarme unas pocas veces en los diez años que estuve encerrado”, dice Fathy. “Los que venían a visitarme tenían que levantarse a las cuatro de la mañana y viajar durante horas, pasar por los interrogatorios y los controles de seguridad para estar allí a las dos de la tarde, verme durante 45 minutos y de nuevo unas cuantas horas para volver a casa. Todo el proceso requería a veces 24 horas”.
Fathy nos contó otro problema con las visitas. En la mayoría de las prisiones en las que estuvo, los presos hablaban con sus familiares, de los que les separaban una ventana de cristal, mediante un teléfono y sucedía a menudo que estos aparatos estaban estropeados y era difícil hablar y escuchar a través de ellos.
Nasralah nos explicó, así, que prefería que su madre no le visitara, porque verla y no poder comunicarse con ella era algo insoportable. “Me quedaría frustrado y enfadado, porque los teléfonos estaban siempre estropeados, así que preferí no pasar por eso”, añade.
El problema de los estudios
“No hay que olvidar que todos nosotros éramos niños cuando fuimos detenidos”, advierte Abu Esrur. “No sabíamos cómo hacer frente a todas estas cosas”.Puesto que muchos presos palestinos son menores cuando les detienen, los tres entrevistados insistieron en la importancia de que se les permita seguir estudiando, una de las demandas de los huelguistas de hambre.
Fathy relató a Mondoweiss que vio a muchos jóvenes comenzar sus estudios en la prisión solo para que se lo prohibieran un año más tarde.
“Te permiten estudiar a veces, pero eso no significa que puedas terminar la licenciatura o el curso”, explica. “Te dan un año más o menos y, luego, eso es todo. No te permiten conseguir los libros que necesitas, no puedes elegirlos”.
La solidaridad
Para Nasralah, Abu Esrur y Fathy es difícil ver las noticias de la actual huelga de hambre porque ellos se sienten impotentes.“Cuando empiezas una huelga de hambre, los israelíes inician una guerra contra los presos”, explica Fathy. “Es el arte de la tortura la forma en que juegan con ellos”.
Según las informaciones de los medios locales, el Servicio de Prisiones de Israel ha empezado a registrar las celdas y confiscar la sal que los presos escondían para echarle al agua, los únicos nutrientes que los presos están ingiriendo. Además, has aislado a los huelguistas de los demás reclusos, les han obligado a vestir uniformes especiales y les han quitado todos los vasos y botellas, lo que significa que los presos, debilitados por el ayuno, tienen que levantarse de la cama para beber agua del grifo.
“Al ser expresos, no podemos arriesgarnos a ir a las protestas en solidaridad con los huelguistas. Es duro. Hablar con los medios de comunicación es lo más que podemos hacer”, explica Nasralah. “Sabemos lo que están pasando. La prisión es como un cementerio para vivos”.
Shirin Jalel es periodista multimedia independiente que trabaja fuera de Israel, Palestina y Jordania. Su trabajo se centra en los derechos humanos, la situación de la mujer y el conflicto palestino-israelí. Jalel trabajó anteriormente para la agencia de noticias Maan. Puedes seguirle en Twitter en @Sherenk.
Fuente: Hunger Strike: Former Palestinian prisoners of Israel describe what it’s really like in Israeli jails, Mondoweiss, 1/05/2017
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
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