Israel intensifica sus malas artes contra los activistas del BDS



Foto: Thierry Ehrmann | CC BY 2.0



Jonathan Cook

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se dirigió a una cohorte de proisraelíes en EEUU por videoconferencia la semana pasada en la conferencia anual del AIPAC, el Comité de Asuntos Públicos de EEUU e Israel.

Dijo que deberían seguir el ejemplo de su gobierno y defender a Israel en el “campo de batalla moral” contra la creciente amenaza del movimiento internacional BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones). En el lenguaje simplista de Netanyahu, el apoyo a los derechos de los palestinos y la oposición a los asentamientos equivale a “deslegitimar” a Israel.

La actual obsesión con el BDS refleja un cambio en el clima político israelí.

Según una investigación realizada por el diario Haaretz el mes pasado, agentes israelíes subvirtieron los esfuerzos de los activistas de los derechos humanos en los años 70 y 80 del pasado siglo. Su trabajo consistía en lavar la imagen de Israel en el extranjero. Yoram Dinstein, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, dirigió el capítulo local de Amnistía Internacional, la organización de derechos humanos más influyente del mundo en aquellos años, convirtiéndola de hecho en una rama del ministerio de asuntos exteriores de Israel.

El trabajo de Dinstein permitió que Israel caracterizara falsamente la ocupación como algo benevolente, mientras presentaba la lucha de liberación de los palestinos como terrorismo. La realidad de la opresión de los palestinos por parte de Israel apenas llegaba a los oídos del mundo.

Ahora, la tarea propagandística de Israel es más difícil. La comunidad de derechos humanos es más independiente, mientras las redes sociales y los teléfonos móviles han permitido a los palestinos y a sus simpatizantes sortear a los guardianes de la información.

En los últimos días, unos vídeos han mostrado a un policía israelí golpeando salvajemente a un camionero palestino y a unos soldados tomando como rehén a un aterrorizado niño de ocho años [también palestino] que se cruzó en su camino cuando buscaba un juguete.

Si el ocultamiento en origen ya no es tan fácil, la batalla se plantea con aquellos que difunden esta información condenatoria. La urgencia ha crecido en un momento en que los artistas se niegan a visitar [Israel], las universidades rompen lazos [con colaboradores de la ocupación], las iglesias retiran sus inversiones y las empresas cancelan sus acuerdos [con compañías que colaboran con la ocupación].

El estado judío se está protegiendo del escrutinio exterior como mejor puede. El mes pasado, aprobó una ley que prohíbe la entrada a Israel y a los territorios ocupados de las personas que apoyan el BDS o “deslegitiman” a Israel.

Pero los críticos internos han resultado ser más complicados. El gobierno ha atacado las bases financieras de la comunidad de derechos humanos. La regulación de los medios de comunicación se ha intensificado. Y el ministerio de cultura está reprimiendo las producciones cinematográficas que critican la ocupación o la política del gobierno.

El movimiento BDS local está sintiendo los zarpazos del gobierno. Los activistas corren el riesgo de sufrir la represión si llaman al boicot a los asentamientos. El ministro de transportes Israel Katz redobló sus amenazas el año pasado, advirtiendo a los activistas del BDS que se enfrentarían con “asesinatos civiles selectivos”. ¿Qué quiso decir?

Omar Barguti, un destacado líder palestino del movimiento BDS, fue arrestado el mes pasado y acusado de evasión de impuestos. Ya tenía prohibido viajar al extranjero, lo que le ha impedido recoger un premio internacional de la paz este mes. Además, el gobierno quiere despojarle de su estatus de residente no tan “permanente”.

Al mismo tiempo, otro destacado activista israelí de derechos humanos, Jeff Halper, fundador del Comité Israelí Contra las Demoliciones de Casas, fue detenido por la policía como sospechoso de haber promovido el BDS mientras conducía a unos activistas en una gira por un asentamiento ilegal.

Estos son los primeros signos de una represión que se intensificará con el tiempo. El ministro de interior, Gilad Erdan, ha anunciado la existencia de planes para construir una base de datos de los israelíes que apoyan el BDS, a la imagen y semejanza de las actuales operaciones de espionaje de activistas del BDS en el extranjero. La información se pondrá a disposición de una unidad de “trapos sucios” cuyo trabajo consiste en empañar la reputación de esos activistas.

Erdan quiere también confeccionar una lista negra de empresas y organizaciones que apoyan el boicot. Una ley aprobada en febrero ya se está utilizando para avergonzar públicamente a las pocas empresas que se niegan a prestar sus servicios a los asentamientos, obligándolas a “salir del armario”.

¿Por qué tiene tanto miedo el gobierno? Algunos dicen que el peligro más inmediato es el etiquetado europeo de los productos de los asentamientos, lo que consideran como un primer paso en una pendiente resbaladiza que podría acabar con la consideración de Israel como un régimen de apartheid. Eso desplazaría el debate de los boicots populares y las desinversiones de grupos de la sociedad civil a otro sobre las presiones o sanciones de los gobiernos.

Esta inexorable tendencia quedó de manifiesto el mes pasado cuando una comisión de la ONU declaró a Israel culpable de violar el derecho internacional sobre el crimen de apartheid. Washington obligó al secretario general de la ONU a repudiar el informe, pero la denuncia ya estaba hecha.

Los partidarios de Israel en EEUU han acogido con fervor el mensaje de Netanyahu. La semana pasada dieron a conocer un “mapa de boicoteadores” en línea, en el que se identificaba a académicos que apoyan al BDS, con el objetivo, presumiblemente, de prohibirles la entrada en Israel y de dañar sus reputaciones.

Por el momento, el contragolpe israelí está funcionando. Los gobiernos occidentales están caracterizando el apoyo al boicot, incluso el dirigido contra los asentamientos, como antisemita, algo movido por el odio a los judíos más que por la oposición a la opresión de los palestinos. Se han aprobado leyes contra el BDS en Francia, Gran Bretaña, Suiza, Canadá y Estados Unidos.

Es así cómo Netanyahu quiere dar forma al “campo de batalla moral”: un reinado del terror contra la libertad de expresión y el activismo político en el extranjero y en el propio país, dejando a Israel con las manos libres para aplastar a los palestinos.

En el papel, puede sonar viable. Pero llegará el momento en que Israel tenga que aceptar que el genio del apartheid está ya fuera de la botella y que no puede volver a introducirlo en ella.



Jonathan Cook es periodista galardonado con el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su sitio web es www.jkcook.net.

Fuente: Israel Steps up Dirty Tricks Against Boycott Leaders

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

Comentarios