Dos estados en Palestina: un mito que favorece al sionismo

La denominada solución de los “dos estados” es un invento con que el pueblo palestino ha sido engañado desde 1947.



Pablo Jofré Leal

Las Naciones Unidas, mediante la Resolución 181 del 29 noviembre del año 1947 recomendó la partición de Palestina entre una entidad sionista, un estado palestino y la ciudad de Al-Quds (Jerusalén) bajo control internacional. Resolución que está a punto de cumplir 70 años.

Una resolución vergonzosa


Una idea de partición claramente de origen y puesta en práctica por la unión entre el imperialismo y el sionismo. Una fragmentación donde resulta absurdo pensar que un político palestino, algún habitante de esa tierra pensara en un proceso de parcelación o la creación de dos estados cuando la propiedad de la tierra, previo a la resolución 181 del año 1947 mostraba que el 95 por ciento de la propiedad estaba en manos de la población palestina y sólo un 5 por ciento en manos de inmigrantes judíos.

¿En qué escenario puede un pueblo aceptar mansamente que su tierra sea regalada a colonos impulsados por un sionismo con sede en Londres y París, financiados en la compra de tierra por el Fondo Nacional Judío —creado el año 1901 en Basilea, Suiza—  y posteriormente protegidos por bandas armadas como la Haganá e Irgún? Y esa pregunta tiene evidente actualidad cuando resulta impensable aceptar hoy, en pleno año 2017, setenta años después de la resolución 181, que el pueblo palestino siga sometido al arbitrio, a la ocupación, al robo de su riquezas, al expolio de su acervo cultural e histórico, a la fragmentación de su territorio, a la violación de sus derechos humanos, al asesinato de sus jóvenes y niños.

Tras ser votada esta Resolución,  la Haganá  —organización terrorista de los colonos judíos, antecedente del actual ejército sionista— comenzó el denominado Plan Dalet —letra D en hebrero— con el objetivo de generar las condiciones, que permitieran la conquista del territorio palestino. La consigna que movía a esta organización paramilitar fue “ninguna colonia judía situada fuera de los límites del estado sionista, definido por la resolución 181 sería abandonada o evacuada y la Haganá hará todo lo que esté a su alcance para hostigar, atacar y destruir a toda aldea y pueblo palestino que se resista a abandonar el territorio”. Tras la proclamación de la entidad sionista, en mayo del año 1948 y con ello el inicio de la Nakba, todas las aldeas palestinas entre Tel Aviv y Al Quds, incluyendo los barrios palestinos de Jerusalén tenían que ser conquistados según este Plan Dalet. En los planes sionistas, desde el momento mismo de la proclamación artificial de su nacimiento se consideró que la posibilidad de una estado palestino debía ser frenada con todos los medios a su alcance.

Para el escritor palestino Sami Hadawi en su libro Cosecha Amarga, “la acción de las Naciones Unidas y su resolución de partición, estaba en conflicto con los principios básicos por los cuales se había establecido la organización mundial, es decir, defender el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación. Al negar a los árabes palestinos, que formaban una mayoría de dos tercios en el país, el derecho de decidir por sí mismos, las Naciones Unidas habían violado su propia carta”. Efectivamente, el Plan de Partición otorgaba el 54 por ciento del territorio a Israel, que sólo contaba con el 33% por ciento de la población total de Palestina, en un proceso de colonización de tierras que se había iniciado a fines del siglo XIX.

Por su parte, el también escritor palestino Edward Said nos recuerda en su libro: La Cuestión Palestina que “en 1948, en el momento en que Israel se declaró como estado, poseía legalmente un poco más del 6 por ciento de la tierra de Palestina… Después de 1940, cuando la autoridad del mandato limitó la propiedad judía de tierras a zonas específicas dentro de Palestina, continuó la compra —y la venta— ilegal dentro del 66 por ciento del área total reservada a los árabes. De esta manera, cuando se anunció el plan de partición en 1947, incluía tierra en posesión ilegal de los judíos, que fue incorporada como un hecho consumado dentro de las fronteras de la entidad sionista. Y después que Israel anunció su categoría de estado, una serie impresionante de leyes asimiló legalmente inmensas extensiones de tierras árabes, cuyos propietarios se habían convertido en refugiados, y que fueron declarados ‘propietarios ausentes’ a fin de expropiar sus tierras e impedir su retorno bajo cualquier circunstancia”.

Un plan aceptado por los líderes sionistas, convencidos de que les permitiría prepararse para una guerra que se avecinaba inevitable. Para el historiador israelí Simha Flapan, es un mito creer que los sionistas aceptaran la partición de Palestina como un compromiso y que eso los hiciese abandonar sus ambiciones de hacerse con toda Palestina y reconocieran el derecho de los palestinos a tener su propio estado. Para este intelectual israelí, “la aceptación del plan de partición fue una maniobra táctica, destinada a impedir la creación del estado palestino y comenzar el proceso de expansión de los territorios asignados al sionismo por las Naciones Unidas”.  Ello,  en una maniobra avalada y apoyada por el silencio complaciente de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, que han sido desde el momento mismo del inicio del proceso colonizador de Palestina, puntales fundamentales para llevar a cabo el proyecto sionista.

Otro historiador israelí, de la corriente denominada de los nuevos historiadores, Benny Morris en su libro Tikkun afirma: “Mientras la dirección de los Yishuv —nombre hebreo para los asentamientos—  aceptó formalmente la Resolución de Partición de 1947, grandes sectores de la sociedad israelí —incluyendo a David Ben Gurión— estaban en oposición o extremadamente descontentos con la partición  y consideraban desde el principio la guerra como una oportunidad ideal para expandir las fronteras del nuevo estado, más allá de las fronteras determinadas en la partición por la ONU, y esto a costa de los palestinos.”

Los estados árabes rechazaron el plan, no sólo porque se violaban los derechos del 67 por ciento de los palestinos, confinándolos en el 46 por ciento del territorio, sino porque visualizaban que Occidente había decidido apoyar la creación de una entidad cuyo objetivo político-ideológico era la expansión territorial a costa del pueblo palestino y una amenaza  cierta al conjunto de los estados árabes de Oriente Medio. Los temores frente a la entidad sionista no sólo resultaron ciertos, sino que amplificaron en mucho la idea que se tenía respecto al papel que jugaría en el balance del poder en la zona, convirtiéndose en el gendarme de Estados Unidos y las potencias occidentales en la zona. Una entidad que propiciado la división entre los propios países árabes y potencias de la región, a partir de su estrecha relación con el wahabismo saudí, los servicios de inteligencia turcos, la monarquía jordana y los gobiernos egipcios tras los acuerdos de Camp David.

Una entidad infame


Israel devino así en una cuña clavada en el corazón del mundo árabe, en un portaaviones terrestre, para todo tipo de agresiones y consolidando una política hegemónica occidental en la zona. Cumpliendo un papel de avanzada imperialista en el control de las riquezas hidrocarburíferas, en el proceso de cerco a la República islámica de Irán, tras el triunfo revolucionario del año 1979. También de herramienta tapón, contra Rusia y sus afanes de avanzar hacia el occidente tras el derrumbe del campo socialista a fines de los años 80 del siglo XX y, sobre todo, un freno a las aspiraciones de autodeterminación del pueblo palestino. Utilizando para ello no sólo las herramientas políticas derivadas de su alianza con Washington, que le permiten violar las exigencias del derecho internacional, sino que le permiten actuar impunemente en el crimen cotidiano contra la población palestina, en la ocupación de su país, en la consolidación de la política de asentamientos y la decisión de no permitir el establecimiento de un estado palestino confinándolo en un territorio donde Israel controla los accesos, ha establecido un régimen de apartheid, posee la propiedad del agua y genera las acciones de agresión que cree conveniente cuando necesita controlar su política interna en función del supuesto tema de seguridad.

Edward Said nos recuerda que “es un hecho simplemente extraordinario y sin precedentes que nunca se mencione la historia de Israel, sus antecedentes —a partir del hecho de que … se trata de una entidad construida sobre la base de la conquista, que ha invadido países limítrofes, bombardeado y destruido a su antojo, hasta el hecho de que actualmente ocupa territorio libanés, sirio y palestino contraviniendo la ley internacional—, todo esto jamás es examinado por los medios estadounidenses o en las declaraciones oficiales … nunca se considera que juegue algún papel en la provocación de lo que los medios occidentales denominan el “terror Islámico”. El papel jugado por la entidad sionista ha sido nefasto, no sólo para los pueblos árabes, sino para la paz mundial. Su génesis ha sido la señal de muerte para la autodeterminación del pueblo palestino. No es posible pensar en un estado palestino con la presencia de una entidad sionista que apela a su destrucción, que ve al palestino como un animal, como ganado, como un ser  que carece de humanidad.

No es posible pensar en la idea de dos estados conviviendo pacíficamente, cuando uno de los actores se construye día a día a costa de la sangre de un pueblo, confinada a vivir en la prisión a cielo abierto más grande del mundo, como es el caso de la Franja de Gaza o en bantustanes, segregados, divididos por un muro, con impedimento de tránsito para sus habitantes, con 650 mil colonos ocupando territorio palestino, como es el caso de la Ribera Occidental [Cisjordania]. No es posible pensar en la idea de los dos estados cuando la entidad sionista ha decidió que el West Bank [¡sic!] no existe, que los asentamientos como Maale Adumin, Pisgat Zeev, Gilo, East Talpiot entre otros creados ilegalmente en Al Quds Oriental, deben ser anexionados a Al Quds ocupado, contraviniendo todas las resoluciones de la ONU entre ellas la 242 del año 1967 y la 2334 del pasado 23 de diciembre del año 2016, por nombrar sólo dos de la cincuentena que han sido ignoradas permanentemente por la entidad sionista. Ignorancia llevada a cabo a contrapelo de la legislación internacional y sin que ello haya significado sanción alguna por parte de la ONU, que suele ser chantajeada por Israel mismo y sus valedores: Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña junto a sus respectivos lobbies sionistas tan poderosos como dotados de una conducta y decisión colonialista, racista y criminal.

El próximo 14 de mayo se cumplen 70 años desde el nacimiento de la entidad sionista, el inicio de la Nakba palestina y el comienzo de una historia plagada de crímenes cometidos contra los habitantes de una Palestina dividida hoy entre una Franja de Gaza y la Ribera Occidental [Cisjordania], sometidos al arbitrio del sionismo y sus afanes de dominio. Una historia que ha tenido agresiones, que se han saldado con la muerte de miles de palestinos, hombres y mujeres que se oponen al colonialismo sionista. Una tierra que ha visto surgir intifadas, resistencia heroica contra una potencia militar protegida por Estados Unidos y sus aliados europeos. Una tierra que ha transitado por la discusión internacional y acuerdos como el de Oslo, devenido simplemente en un juguete en la mesa de negociación sionista. Una historia que muestra la necesidad de combatir al régimen israelí con todas las armas posibles.

Una historia que muestra el cansancio de la  población palestina, que mayoritariamente afirma que la solución basada en dos estados ya no es viable según el Centro Palestino Para Investigación de Políticas y Encuestas (PCPSR) el 65 por ciento de los palestinos cree que seguir hablando de una solución donde la idea de los dos estados sea lo central es, simplemente, una ilusión. La encuesta indica que el 33 por ciento de los palestinos apoyan las negociaciones para lograr la creación de un estado palestino, mientras que el 37 por ciento aboga por la acción armada y el 24 por ciento respalda la resistencia no violenta donde se incluye la campaña de boicot, desinversión y sanciones (BDS) por parte de las sociedades del mundo contra Israel. Campaña pacífica pero que ha sido criminalizada por la entidad sionista.

La política de asentamientos impulsada por Israel es la prueba palpable que la decisión de la entidad sionista es pulverizar cualquier posibilidad de acuerdo con los palestinos y ante ello hay que pensar en mecanismos que permitan obligar a esta entidad colonialista, racista y criminal, a cesar su política de exterminio. No está lejano el día que el Eje de la Resistencia, que defiende a los pueblos de El Líbano, Siria e Irak, comience a dar los pasos necesarios, que conduzcan a la recuperación de la Franja de Gaza, la Ribera Occidental [Cisjordania] y los Altos del Golán y se cambie la correlación de fuerzas en Oriente Medio,  permitiendo la autodeterminación del pueblo palestino y la destrucción de la entidad sionista. No parece existir otra vía de solución.

El análisis político estratégico israelí tiene muy en cuenta que el Eje de la Resistencia conformada por Irán, Siria, Hezbolá, Irak y fuerzas políticas palestinas, se ha convertido en un adversario formidable, que no será llegar y embarcarse en una guerra de agresión contra Palestina nuevamente o contra El Líbano, como ha sido el interés de sectores belicista del gobierno israelí sin que reciban una respuesta contundente. Y en ese escenario el tema de los dos estados es irrelevante. Lo que importa es la defensa del pueblo palestino y su derecho a la autodeterminación. La idea de una Palestina dotada de dos estados es simplemente un mito, destinado a impedir que se instale el único estado posible, uno denominado estado palestino con capital en Al-Quds, con retorno de todos los refugiados y la unión de todos sus territorios históricos desde el Mediterráneo al Valle del Jordán —de oeste a este— y desde el Neguev por el sur hasta el Río Litani por el norte. Lo demás es sionismo, colonialismo, racismo y crimen.



Pablo Jofré Leal es periodista y escritor chileno. Analista internacional, Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de página web de análisis internacional ANÁLISIS GLOCAL

Fuente: Dos Estados en Palestina: un mito que favorece al Sionismo - HispanTV, Nexo Latino, 13/04/2017

Editado por DISENSO PALESTINA.

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