El ‘estado palestino’ ha sido siempre una ficción para los sionistas

Simón Peres (a la izda.) e Isaac Shamir (a la dcha.), prohombres del sionismo.

JONATHAN OFIR

Desde la perspectiva de los dirigentes israelíes, un estado palestino pleno ha sido siempre una “tierra de nunca jamás”, que debe permanecer durmiendo el sueño de los justos. Cuando israelíes y palestinos se embarcaron en el famoso “proceso de paz” en Madrid en 1991, el primer ministro israelí Isaac Shamir acuñó la “política de la cucharadita”: interminables sesiones de negociación en las que una cantidad ingente de cucharaditas con montañas de azúcar agitaban mares de té y café, pero sin que nunca se alcanzara un acuerdo. Para Israel, con o sin “proceso de paz”, su política era esta: cuanto más tiempo pase, más oportunidades habrá para anexionarse Palestina, más se reducirán los enclaves palestinos, convirtiéndose en bantustanes y cárceles al aire libre.

Israel no tiene intención de permitir la creación de un verdadero estado palestino, y nunca la ha tenido.

Permítanme revisar la historia. Israel se apoderó de cuatro quintas partes de la Palestina histórica en 1948 y limpió étnicamente cinco sextas partes de la población palestina. Luego, 19 años más tarde, “completó el trabajo” limpiando territorial y étnicamente a otros 250.000 palestinos, así como a más de 100.000 sirios. Así, en 1967, Israel consiguió un “Gran Israel” territorialmente, pero ahora tenía que controlar aproximadamente al mismo número de palestinos que había expulsado en 1948.

Así las cosas, el problema “demográfico palestino” seguía sin resolverse.

La opción preferida por los israelíes era olvidar completamente a Palestina. La primera ministra Golda Meir dijo que los palestinos no existían y el ministro de defensa Moisés Dayan dijo que “ya no hay más Palestina; asunto acabado”. Pero eso no eran más que simples deseos del sionismo. Los palestinos no fueron “exterminados” y, aunque Israel los hiciera desaparecer conceptualmente, tenía que seguir desarrollando campañas para reducirlos demográficamente.

Así que en 1967 Israel fue más cauteloso y no se anexionó el territorio conquistado, pues tendría que aceptar a una gran población palestina. Mientras mantenía la opción de una limpieza étnica a cámara lenta, Israel tenía que asegurarse de que el “limbo” territorial, bajo el estatus de “ocupación beligerante”, no fuera reclamado por nadie ni desafiara, así, la soberanía efectiva de Israel sobre el mismo. En el paradigma de 1948, la “amenaza existencial” que pendía sobre el estado judío estaba relacionada con la cuestión demográfica de los refugiados y el rechazo a su retorno era algo esencial para conjurar esa “amenaza”. Sin embargo, en 1967, la “amenaza existencial” se triplicó: además de los refugiados, ahora tenía un nuevo “problema demográfico” y la necesidad de evitar futuras reclamaciones “extranjeras” del territorio.

Israel trató de resolver la cuestión territorial mediante los asentamientos, creando “hechos consumados”. Estos “hechos” también han facilitado la expulsión de la población invocando razones de “seguridad” (aunque hoy en día el robo directo de tierras palestinas a través de la ley israelí no parece requerir la coartada de la “seguridad” en lo más mínimo).

La posición de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) antes de mediados de los años 70 era cómoda para Israel en la medida en que perseguía la liberación de la totalidad de la Palestina histórica y, de esa forma, Israel podía argumentar que estaba ante un juego de suma cero y una amenaza existencial. Pero a mediados de los 70, la OLP dio pasos que le aproximaron muy seriamente al consenso internacional sobre la retirada de Israel a las líneas del 4 de junio de 1967, proponiendo un estado palestino dentro del 22 por ciento restante de la Palestina histórica.

Así, pues, Israel intensificó su beligerancia para contrarrestar esta “ofensiva de paz” palestina, como la llamó el analista israelí Avner Yanic (véase el Plan Fez 1981–1982). Esto se tradujo en la invasión israelí del Líbano en 1982, en un intento de destruir el poder político de la OLP (la dirección de la OLP estaba refugiada en el país de los cedros). Desde su nuevo exilio en Túnez, el líder de la OLP Yasir Arafat fue a Ginebra en 1988 para acudir a una reunión especial de la ONU, debido a la negativa de EEUU de concederle un visado de entrada. Allí habló y dijo que

La OLP tratará de lograr un arreglo amplio del conflicto árabe-israelí entre las partes interesadas, incluyendo al Estado de Palestina, Israel y otros vecinos, en el marco de una conferencia internacional de paz en Oriente Medio basada en las resoluciones 242 y 338, y así garantizar la igualdad y el equilibrio de intereses, especialmente los derechos de nuestro pueblo, la libertad, la independencia nacional y el respeto al derecho a existir en paz y seguridad para todos.

Nadie esperaba que Israel aceptara esto sin presión, ya que destruiría sus planes para apoderarse de toda la Palestina histórica. La Primera Intifada ya estaba en marcha, un levantamiento fundamentalmente civil y desarmado que se topó con la política del ministro de defensa Isaac Rabin de romper los huesos de los palestinos insurrectos. Pero la resistencia popular no se achicó y se mantuvo activa hasta los años 90.

Israel estaba empezando a aparecer como la parte intransigente, por lo que tuvo que adoptar una imagen de disposición a “negociar”.

Es así cómo israelíes y palestinos se embarcaron en el famoso “proceso de paz”, que se inició en Madrid en 1991, y a la que se refirió Shamir con el término de “política de la cucharadita”. Aunque muchos en todo el mundo pensaron que los Acuerdos de Oslo (1993 y 1995) significaban un estado palestino, incluso Rabin, poco antes de ser asesinado en 1995, aseguró en el Knesset (parlamento israelí) que sería “algo menos que un estado”. La división “temporal” de Cisjordania, contemplada en los acuerdos y que establecía el control pleno israelí de más del 60 por ciento de ese territorio, se volvió permanente y se convirtió en un medio de asegurarse que lo que eventualmente consiguieran los palestinos no fuera más que una colección de bantustanes controlados por Israel por todos sus lados.

Mientras retrata el “conflicto” como una disputa por la tierra entre las dos partes, Israel mantiene una postura de fuerza en todos los aspectos, exigiendo que los palestinos permanezcan rodeados y sin poder alguno, incluso después de que se alcance un “acuerdo”.

La ilusión de la Tierra Palestina de Nunca Jamás se mantiene no solo por el rechazo a un estado palestino, sino también por la negación del paradigma colonialista que rige la aventura sionista, presentada como la búsqueda de un estado judío. La negación de este paradigma ayuda a crear la ilusión de que existen “dos partes más o menos iguales” y sugiere que esta es una disputa meramente territorial, similar a la que enfrenta a Israel con Egipto por la península de Sinaí. Pero esta no es una disputa entre dos estados. Es una cuestión de control colonialista de una población nativa oprimida por un estado.

No hay un estado palestino porque Israel no tiene la intención, y nunca la ha tenido, de permitir que el sueño palestino se haga realidad. Palestina es anatema para el sionismo y esta es la razón por la que Israel no reconocerá a Palestina. Se adhiere de boquilla a lo políticamente correcto y habla de “autoridad palestina” y “palestinos” en la medida en que acepten los bantustanes, pero no irá más allá.

Es así que el líder de la Unión Sionista, el laborista Herzog, ha propuesto un plan de 10 puntos que contempla un “periodo de espera” de diez años para el anhelado estado palestino, solo tras los cuales podrían empezar las “negociaciones”. Termina su presentación diciendo,

Así es cómo vamos a salvar los bloques de asentamientos y mantenerlos bajo la soberanía de Israel. Será una victoria real del sionismo. Una nueva realidad de seguridad y confianza mutua acabará por forjar un proceso de paz y evitar el desastre.

El periodista Gideon Levy sugiere un punto undécimo para perfeccionar el plan:

Las partes deben anunciar un periodo de diez años durante los cuales Isaac Herzog permanecerá en una jaula. Durante ese tiempo, avanzarán hacia la realización de la visión de dos estados. En el mismo tiempo, el desarrollo económico de la jaula se acelerará sustancialmente, entre otras cosas gracias a la ayuda regional e internacional. Se lanzarán a la jaula de Herzog pedazos de pan de vez en cuando y, con el paso de los años, se considerarán nuevos beneficios. Las partes trabajarán para renovar la jaula, incluyendo la construcción de un balancín (sujeto a estrictas medidas de seguridad). Si su conducta se ajusta a las expectativas, Herzog tendrá derecho a declarar que su jaula es un estado con fronteras provisionales. Al final de los diez años, si Herzog sigue todavía vivo, y con la condición de que se haya comportado correctamente, los carceleros iniciarán negociaciones directas con el ocupante de la jaula, apoyadas por los países de la región y la comunidad internacional, sin condiciones previas, como iguales, de forma seria y resolutiva, avanzando así hacia un acuerdo de paz completo y definitivo.

Los sionistas liberales parecen amar este tipo de ficciones, mientras que a los derechistas les irritan porque son más descarados sobre la anexión y dañan la imagen global del Israel. Las famosas palabras de Theodor Herzl, “si lo deseas, no es un sueño” (con las cuales termina su novela Altneuland de 1902), significan que Palestina y el estado palestino deben seguir siendo una ficción. Palestina debe ser un cuento de hadas, mientras los judíos retornan a la Tierra Prometida.

¿A quién le importa si es o no una leyenda? Lo único que importa es que nosotros, los judíos, deseamos que sea una realidad. En cuanto a los deseos de los palestinos, esos están asignados a la Tierra de Nunca Jamás.


Jonathan Ofir es músico, director de orquesta y escritor israelí que reside en Dinamarca.

Fuente: A Palestinian state must remain fiction for Zionists, Mondoweiss, 5/03/2017

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

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