Antes de Trump, el muro fronterizo era un proyecto bipartidista

Foto: Nicolas Raymond | CC BY 2.0


Oliver Ortega

Las fantasías derechistas de un muro en la frontera meridional de EEUU no son nuevas. Ni están limitadas a los republicanos ni a los partidarios de Trump.

Cuando el presidente Trump firmó un decreto la semana pasada para que se construya un muro a lo largo de los más de 3.000 kilómetros de frontera con México, estaba apoyándose en décadas de consenso bipartidista del Congreso.

De hecho, el Congreso ya había aprobado un muro fronterizo no hace mucho tiempo. En 2006, los congresistas —incluidos muchos demócratas— aprobaron la Ley de Valla Segura, que establecía la construcción de una doble valla de 1.130 kilómetros a lo largo de varios tramos de la frontera sur. Trump se refirió a esta ley de la era Bush en el primer párrafo de su decreto como justificación para ordenar la construcción del muro.

Muchos de los mismos líderes demócratas que ahora lamentan la decisión de Trump votaron en su día por la construcción del muro. Es el caso de Hillary Clinton, Joe Biden, Chuck Schumer y Dianne Feinstein.

El entonces senador Barack Obama, que ya como presidente habría de deportar a más de tres millones de personas a lo largo de sus dos mandatos, elogió el proyecto de ley en el senado diciendo que “ayudará a frenar la marea de la inmigración ilegal en este país”.

Los momentos más cruciales en la militarización de la frontera con México tuvieron lugar, posiblemente, bajo la presidencia demócrata de Bill Clinton. La “Operación Guardián”, aprobada en 1994, destinó miles de millones de dólares a la seguridad fronteriza. A lo largo de la frontera se instalaron focos de gran intensidad, detectores de movimientos y cámaras de videovigilancia, y se incrementaron los efectivos de las patrullas de frontera en una tercera parte aproximadamente. Con recursos desplegados para patrullar sectores densamente poblados, los inmigrantes indocumentados se vieron obligados a menudo a recorrer desiertos áridos y atravesar montañas. Miles de personas murieron en su búsqueda de una vida mejor.

“No entregaremos nuestras fronteras a quienes quieren explotar nuestra historia de compasión y justicia”, dijo entonces el presidente Clinton.

No es una casualidad que a la “Operación Guardián” le siguiera otro hito en las relaciones entre EEUU y México ese mismo año: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Gracias al NAFTA, Big Ag inundó el mercado mexicano con maíz y otros productos fuertemente subsidiados, desplazando a los pequeños agricultores de México en uno de los mayores golpes neoliberales de la historia. El resultado fue una oleada de inmigrantes que se dirigieron hacia el norte en busca de oportunidades, acelerando uno de los mayores movimientos de masas de la historia.

En pocas palabras, el gobierno de EEUU, actuando al servicio de grandes corporaciones, provocó la inmigración masiva que ha estado tratando de controlar y criminalizar en los últimos 25 años.

El actual debate sobre el muro fronterizo carece frecuentemente de un contexto geopolítico. Vale la pena recordar que la frontera se encuentra en tierras arrebatadas a México: prácticamente la totalidad del suroeste de EEUU y partes de otras regiones pertenecieron una vez a nuestros vecinos meridionales. Es el caso de California, Texas, Nevada, Arizona, Colorado, Nuevo México y Utah. Estos territorios fueron conquistados como despojos de la guerra entre EEUU y México, que fue iniciada, no lo olvidemos, por Washington. Y los mexicanos y estadounidenses-mexicanos han vivido en estos territorios desde tiempos inmemoriales, creando una rica cultura transfronteriza.

Algunas personas de la izquierda han pensado en la frontera con México como algo dado, incuestionado. En lugar de pensar si debe ser un muro o una valla, o si su longitud y su grosor ha de ser tanto o cuanto, un ejercicio más útil habría sido replantear los parámetros del debate preguntándose si debe haber realmente una frontera en ese lugar.

La profesora de ciencias políticas Jacqueline Stevens, que dirige el Departamento de Investigación sobre Deportaciones de la Universidad del Noroeste, ha defendido en su libro States Without Nations: Citizenship for Mortals que la abolición de la ciudadanía por nacimiento ayudaría a terminar con la desigualdad entre los países, permitiendo una mayor movilidad de la gente a través de las fronteras para buscar oportunidades.

En cuanto a EEUU, la libertad de movimientos a través de los estados “no aminora la autoridad de los estados en nuestro sistema federal, ni el derecho a participar políticamente como ciudadanos de uno u otro estado”, escribió Stevens en una tribuna de opinión del The New York Times. Otro tanto cabe decir de las políticas liberalizadoras de las fronteras interiores de la Unión Europea.

Evidentemente, estos argumentos se han perdido con el ascenso de los supremacistas blancos que han promovido a Trump a la oficina oval. Mejorando a sus predecesores, Trump dice que toda la frontera estará cubierta por el muro. Más aún, que México lo pagará todo.

No deberíamos ignorar el apoyo al muro entre los votantes republicanos: un 65 por ciento de los republicanos está a favor del proyecto, según una encuesta realizada por CBS la semana anterior al anuncio.

Psicológicamente, el muro de Trump satisface la necesidad tribal de la población blanca de EEUU, oprimida por la clase dominante neoliberal, de tener un “otro” al que culpar y respecto al cual sentirse superior, como hizo Jim Crow en el sur agrícola. Para aquellos apesadumbrados por el retroceso de los “blancos”, el muro es un elemento crucial para “hacer grande a EEUU otra vez”. Así, podemos entender que no exista ninguna gran ansiedad por tener una frontera segura con Canadá en el norte de EEUU, aunque también hay tráfico de drogas y de inmigrantes ilegales a través de ella.

“Lo que satisface un muro no es tanto una necesidad material como una mental”, ha escrito el filósofo Costica Bradatan. “Los muros no protegen a la gente de los bárbaros, sino de las ansiedades y los temores”.

La frontera meridional es artificial y arbitraria donde las haya. El hecho de que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu creyera oportuno expresar recientemente su apoyo al muro de Trump no es en absoluto sorprendente. Considerémoslo como un guiño del líder de una sociedad colonizadora a otro.

Oliver Ortega es un periodista independiente que vive en Madison y escribe sobre inmigración y política.

Fuente: Before Trump, the Border Wall Was a Bipartisan Project, CounterPunch, 3/02/2017

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

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