Los tratados de libre comercio y la alimentación: un maridaje agridulce
Mercado en Ciudad de México. MARK CRAIGE
El pasado 30 de octubre se nos llenaron las redes con una –para algunas– alarmante noticia: la Comisión Europea daba luz verde al acuerdo de libre comercio con Canadá (CETA, por sus siglas en inglés). Se había superado el bache de Valonia, y seguíamos avanzando hacia la firma del tratado. Hubo quienes celebraron este gran logro político, y hubo quienes lo lloraron. Con la aprobación del CETA, no sólo se abrían las puertas de la Unión Europea a las empresas canadienses, sino que se dejaba el camino rodado para otro tratado más amplio y más peligroso, el TTIP.
TTIP, CETA y TISA, los tres megaacuerdos comerciales en marcha por el momento, incluyen a la mayoría de las economías más poderosas del mundo. Juntas, consolidarían su poder, ya de por sí muy amplio, para sentar las bases de las relaciones comerciales internacionales. Sus postulados serían la guía, el motor y el ejemplo para otros acuerdos y para cualquier transacción económica mundial. Por esta razón, es necesario revisar muy atentamente, y con un ojo más que crítico, las cláusulas que encierran sus textos e intentar entender las repercusiones que podrían tener a todos los niveles: económico, político, social, ambiental... En este artículo nos centraremos en algo muy cotidiano y muy importante, que se va a ver notablemente afectado si llegara a firmarse aunque sólo sea uno de esos megaacuerdos: la alimentación, y más concretamente, la cultura alimentaria.
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