Hay que echar abajo los muros

Uri Avnery

Publicado originalmente en: The Blockbusters, Counterpunch, 18/01/2012


Hay que echar abajo los muros.

Israel no tiene política exterior, solo tiene política interior, dijo una vez Henry Kissinger.

Esto ha sido probablemente más o menos cierto de todos los países después del establecimiento de la democracia. Sin embargo, en Israel parece ser todavía más cierto. (Irónicamente, casi podría decirse que EEUU no tiene política exterior, sino solo una política interior israelí.)

Con el fin de comprender nuestra política exterior, tenemos que mirarnos en el espejo. ¿Quiénes somos? ¿Cómo es nuestra sociedad?

En una viñeta clásica, muy conocida por todos los israelíes veteranos, dos árabes están de pie en la orilla del mar, mirando un barco lleno de judíos rusos pioneros que se acerca hacia ellos. ¡Que vuestra casa sea destruida!, maldicen.

A continuación, dos pioneros judíos rusos están de pie en el mismo lugar, lanzando maldiciones en ruso a un barco lleno de inmigrantes yemeníes.

Después, dos yemeníes echan juramentos contra refugiados judíos alemanes que huyen de los nazis. Luego, dos judíos alemanes maldicen la llegada de marroquíes. Cuando la viñeta apareció por primera vez, esta era la última escena. Pero ahora, uno puede añadir a dos marroquíes maldiciendo a unos inmigrantes procedentes de la Rusia soviética y luego a dos rusos echando sapos y culebras contra los últimos en llegar, los etíopes judíos.

Eso puede ser cierto, también, de todo país de inmigrantes, desde EEUU hasta Australia. Cada nueva oleada de inmigrantes es recibida con desdén, desprecio y hostilidad abierta, incluso por parte de aquellos que vinieron antes que ellos. Cuando yo era niño, en la década de los 30, oía a menudo a la gente gritar a mis padres '¡Iros con Hitler!'.

No obstante, el mito dominante fue el del 'crisol' (melting pot). Todos los inmigrantes entrarían en el mismo saco y serían desnudados de sus rasgos 'extranjeros', emergiendo como una nueva y uniforme nación sin rastro alguno de su origen.

Este mito murió hace algunas décadas. Israel es ahora una especie de federación de varios grupos demográficos y culturales que dominan nuestra vida política y social.

¿Quiénes son? Tenemos a (1) los viejos ashkenazíes (judíos de origen europeo); (2) los judíos orientales o sefardíes; (3) los religiosos (en parte ashkenazíes y en parte orientales); (4) los 'rusos', inmigrantes procedentes de todos los países de la antigua Unión Soviética, y (5) los ciudadanos árabes-palestinos, que no proceden de ninguna parte.

Esto es, por supuesto, una presentación esquemática. Ninguno de los grupos es completamente homogéneo. Cada uno tiene, a su vez, subgrupos, y algunos grupos se solapan, hay matrimonios mixtos..., pero, en general, la imagen es correcta. El género no juega ningún papel en esta división.

La arena política refleja casi exactamente estas divisiones. El Partido Laborista fue, cuando estaba en su apogeo, el principal instrumento del poder ashkenazí. Sus restos, junto con Kadima y Meretz, siguen siendo ashkenazíes. El Israel Betenu, el partido de Avigdor Lieberman, está compuesto fundamentalmente de rusos. Hay tres o cuatro partidos religiosos. Y luego hay dos partidos exclusivamente árabes y el Partido Comunista, que es también principalmente árabe. El Likud representa a la mayoría de los judíos orientales, aunque casi todos sus líderes son ashkenazíes.

Las relaciones entre los grupos son a menudo tensas. Precisamente ahora, el país está sumido en un lío fenomenal porque en Kiryat Malakhi, una ciudad sureña con mayoría oriental, los propietarios de viviendas han firmado un compromiso para no vender sus pisos a etíopes, mientras que el rabino de Safed, una ciudad septentrional de mayoría judía ortodoxa, ha prohibido a sus fieles alquilar pisos a los árabes.

Pero aparte de la brecha existente entre judíos y árabes, el principal problema es el resentimiento de los orientales, los rusos y los religiosos contra lo que llaman la 'elite ashkenazí'.

Puesto que los ashkenazíes fueron los primeros en llegar, mucho antes de la creación del estado, controlan la mayor parte de los centros de poder (social, político, económico, cultural, etc.). Generalmente, pertenecen a la parte más próspera de la sociedad, mientras que los orientales, los ortodoxos, los rusos y los árabes pertenecen, por lo general, a las clases socio-económicas más bajas.

Los orientales odian profundamente a los ashkenazíes. Creen, no sin razón, que han sido humillados y discriminados desde el primer día, y todavía lo siguen siendo, a pesar de que un buen número de ellos han alcanzado puestos elevados en las esferas económica y política. El otro día, un director de una de las principales instituciones financieras causó un escándalo cuando acusó a los 'blancos' (los ashkenazíes) de dominar todos los bancos, los tribunales y los medios de comunicación. Fue despedido de forma fulminante, lo que causó otro escándalo.

El Likud llegó al poder en 1977, tras derrotar a los laboristas. Con breves interrupciones, ha estado en el poder desde entonces. Sin embargo, la mayoría de los miembros del Likud todavía cree que los ashkenazíes dominan Israel, dejándoles marginados. Ahora, 34 años más tarde, la oscura oleada de leyes antidemocráticas promovidas por parlamentarios del Likud son justificadas con el eslogan '¡Tenemos que empezar a gobernar!'.

La escena me recuerda a una obra en construcción rodeada por una valla de madera. El astuto contratista ha dejado algunos agujeros en la valla, de forma que los paseantes curiosos puedan mirar a través de ellos. En nuestra sociedad, todos los grupos se sienten extraños y miran a través de los agujeros, con gran envidia, cómo vive la 'elite' ashkenazí, que tiene toda clase de lujos. Odian todo lo que les relaciona con esta 'elite': el Tribunal Supremo, los medios de comunicación, las organizaciones de derechos humanos y, sobre todo, el campo pacifista. Todos estos son calificados como 'izquierdistas', una palabra que se identifica de forma harto curiosa con la 'elite'.

¿Cómo se ha asociado la 'paz' con los ashkenazíes dominantes?

Esta es una de las grandes tragedias de nuestro país.

Los judíos han vivido durante muchos siglos en el mundo musulmán. Nunca han experimentado las atrocidades cometidas en Europa por el antisemitismo cristiano. La animosidad entre judíos y musulmanes comenzó solo hace un siglo, con el surgimiento del sionismo, y por razones obvias.

Cuando los judíos de los países musulmanes comenzaron a llegar en masa a Israel, estaban impregnados de cultura árabe. Pero fueron recibidos por una sociedad que sentía un profundo desprecio hacia todo lo árabe. Su cultura árabe era 'primitiva'. La verdadera cultura era europea. Además, fueron identificados con los musulmanes asesinos. Así, a los inmigrantes se les exigió que renunciaran a su propia cultura y tradiciones, su acento, sus recuerdos, su música. Con el fin de demostrar en qué medida se habían vuelto israelíes, tenían que odiar a los árabes.

Es un fenómeno de alcance mundial que los más oprimidos de la nación dominante, en los países plurinacionales, son también los enemigos nacionalistas más radicales de las minorías nacionales. Pertenecer a la nación superior es, a menudo, el único motivo de orgullo que les queda. El resultado es un racismo y una xenofobia virulentos.

Esta es una de las razones por las que los orientales se sintieron atraídos por el Likud, para quien el rechazo de la paz y el odio hacia los árabes son las virtudes supremas. Además, al haber estado en la oposición durante mucho tiempo, el Likud fue considerado como el representante de aquellos que estaban 'fuera', luchando contra los que estaban 'dentro'. Esto sigue siendo así.

El caso de los 'rusos' es diferente. Crecieron en una sociedad que despreciaba la democracia y admiraba a los líderes fuertes. Los 'blancos', rusos y ucranianos, despreciaban y odiaban a los pueblos 'oscuros' del sur: los armenios, georgianos, tártaros, uzbekos y demás. (En una ocasión inventé esta fórmula: 'bolchevismo menos marxismo, igual a fascismo'.)

Cuando los judíos rusos llegaron para unirse a nosotros, trajeron con ellos un virulento nacionalismo, un completo desinterés por la democracia y un odio automático hacia los árabes. No pueden entender por qué hemos permitido que se queden aquí. Cuando esta semana una parlamentaria, originaria de San Petersburgo, vertió un vaso de agua sobre la cabeza de un parlamentario árabe del partido laborista, a nadie le sorprendió. (Alguien dijo, en tono de broma: un buen árabe es un árabe húmedo.) Para los seguidores de Lieberman, 'paz' y 'democracia' son palabras sucias.

Para las personas religiosas de todos los matices, desde los ultraortodoxos a los colonos nacionalistas-religiosos, no existe ningún problema. Desde la cuna, les han enseñado que son el Pueblo Elegido, que el Todopoderoso nos prometió personalmente este país y que los gentiles (goyim) —incluidos los árabes— son seres humanos inferiores.

Puede decirse, con bastante razón, que estoy generalizando. Es cierto, lo hago para simplificar las cosas. Ciertamente, hay muchos orientales, sobre todo entre los más jóvenes, que desprecian el ultranacionalismo del Likud, tanto más cuanto el neoliberalismo de Benjamín Netanyahu (que Simón Peres denominó en una ocasión 'capitalismo porcino') está en contradicción directa con los intereses básicos de su comunidad. Hay, también, muchas personas religiosas decentes, liberales y amantes de la paz. (Me viene a la mente Yeshayahu Leibovitz.) Algunos rusos están abandonando gradualmente su gueto autoimpuesto. Pero todos estos son pequeñas minorías en sus comunidades. El grueso de los tres grupos (orientales, rusos y religiosos) están unidos en su oposición a la paz y su indiferencia hacia la democracia, en el mejor de los casos.

Todos estos grupos constituyen la derecha, la coalición contraria a la paz que está gobernando Israel en la actualidad. El problema no es solo una cuestión de política. Es mucho más profundo, y mucho más desalentador.

Algunas personas nos culpan al movimiento democrático por la paz de no reconocer el problema a tiempo, y de no haber hecho lo suficiente para atraer a miembros de los diferentes grupos hacia los ideales de la paz y la democracia. Se dice, también, que no mostramos que la justicia social está inseparablemente unida a la democracia y la paz.

Tengo que aceptar mi parte de culpa por estos fracasos, aunque debo decir que intenté establecer la relación correcta desde el principio. Pedí a mis amigos que concentráramos nuestros esfuerzos en la comunidad oriental, que recordaran las glorias de la 'era dorada' de judíos y musulmanes en España, el enorme impacto mutuo de científicos, poetas y pensadores religiosos judíos y musulmanes a lo largo de los siglos.

Hace unos días, fui invitado a dar una conferencia a profesores y estudiantes de la Universidad Ben Gurion de Beersheba. Describí la situación más o menos como lo he hecho ahora. La primera pregunta de la gran audiencia, compuesta de judíos —orientales y ashkenazíes— y árabes —sobre todo beduinos—, fue la siguiente: ¿Qué esperanza existe? Enfrentados con esta realidad, ¿cómo pueden ganar las fuerzas de la paz?.

Les dije que depositaba mi esperanza en la nueva generación. El gran movimiento social de protesta del pasado verano, que emergió repentinamente y arrastró a centenares de miles de personas, mostró que, efectivamente, eso puede pasar aquí. El movimiento unió a ashkenazíes y orientales. Tiendas de campaña surgieron en Tel Aviv y Beersheba, por todas partes.

Nuestro primer cometido es romper las barreras entre los grupos, cambiar la realidad, crear una nueva sociedad israelí. Necesitamos reventadores de muros.

Es una tarea abrumadora, pero creo que puede hacerse.


Uri Avnery es un escritor israelí y activista por la paz, líder del grupo Gush Shalom. Ha colaborado en el libro de CounterPunch The Politics of Anti-Semitism.

Traducción: Javier Villate

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