El futuro del liberalismo

John Dewey


El énfasis del primer liberalismo en el individuo y la libertad define los puntos focales de debate de la filosofía del liberalismo en la actualidad. Este primer liberalismo fue él mismo una consecuencia, a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX, de una revuelta contra el gobierno oligárquico, que llegó a su punto culminante con la "gloriosa revolución" de 1688. Esta fue, fundamentalmente, una demanda de libertad del contribuyente frente a la acción arbitraria del gobierno, en relación con una demanda de libertad religiosa de las iglesias protestantes. En el nuevo liberalismo, así denominado expresamente, la demanda de libertad individual de acción provino principalmente de las clases industrial y comerciante emergentes, y fue dirigida contra las restricciones impuestas por el gobierno en la legislación, el derecho común y la acción judicial (y otras instituciones que tenían relación con el estado político) sobre la libertad de empresa. En ambos casos, la acción gubernamental y la anhelada libertad fueron vistas cada una como la antítesis de la otra. Esta forma de concebir la libertad ha permanecido; fue reforzada en este país por la rebelión de los colonos y las condiciones de los pioneros.

El liberalismo filosófico del siglo XIX añadió, debido más o menos a su interés predominantemente económico, la concepción de las leyes naturales en el primer movimiento whig. En su opinión, hay leyes naturales en los asuntos sociales como las hay en los físicos, y estas leyes naturales son de naturaleza económica. Por otra parte, las leyes políticas son hechas por el hombre y, en ese sentido, son artificiales. Por esta razón, la intervención del gobierno en la industria y el comercio era vista como una violación, no solo de la libertad individual inherente, sino también de las leyes naturales, de las cuales la de la oferta y la demanda era un ejemplo. La esfera adecuada de acción gubernamental era, simplemente, prevenir y compensar por las violaciones cometidas por una persona, en el ejercicio de su libertad, de las libertades de acción de otros.

No obstante, la demanda de libertad de iniciación, y de acción, de empresa comercial no agotó el contenido del primer liberalismo. En las mentes de sus principales promotores estaba incluida una demanda igualmente enérgica de libertad de conciencia: libertad de pensamiento y de su expresión en el discurso público, la escritura, la impresión y la reunión. El primer interés en la libertad religiosa fue algo generalizado y, por ende, profundizado y ampliado. Esta demanda fue producto de la ilustración racional del siglo XVIII y de la creciente importancia de la ciencia. La gran oleada reaccionaria que tuvo lugar después de la derrota de Napoleón, la exigencia de orden y disciplina, dio buenos motivos a la agitación por la libertad de pensamiento y de expresión.

La primera filosofía liberal prestó un gran servicio. Consiguió borrar del mapa, sobre todo en su hogar, Gran Bretaña, gran cantidad de abusos y restricciones. La historia de las reformas sociales en el siglo XIX es prácticamente la historia del pensamiento social liberal. No es, pues, por ingratitud que subraye sus defectos, pues reconocerlos es esencial para desarrollar de forma inteligente los elementos de la filosofía liberal para el presente y el futuro inmediato. El defecto fundamental fue su falta de percepción de la relatividad histórica. Esta ausencia se expresa en la concepción del individuo como algo dado, completo en sí mismo, y en la idea de la libertad como algo que el individuo posee y que tan solo necesita que se eliminen las restricciones externas para que pueda manifestarse. El individuo del primer liberalismo era un átomo newtoniano que tan solo tenía relaciones externas de espacio y tiempo con otros individuos, si bien cada átomo social estaba equipado con su libertad inherente. Estas ideas podrían no haber sido especialmente perjudiciales si hubieran sido meramente un lema de propaganda de movimientos prácticos. Pero en realidad formaron parte de una filosofía, y de una filosofía en la que las ideas concretas de individuo y libertad eran consideradas verdades absolutas y eternas, buenas para todos los tiempos y todos los lugares.

Este absolutismo, esta ignorancia y negación de la relatividad temporal, es una de las grandes razones por las que el primer liberalismo degeneró tan fácilmente en pseudo-liberalismo. Para ahorrar tiempo, explicaré lo que es, en mi opinión, este liberalismo espurio, el tipo de ideas sociales representadas por la Liga de la Libertad y el expresidente Hoover. Lo llamo pseudo-liberalismo porque osificó y limitó ideas y aspiraciones generosas. Aunque las palabras sean las mismas, significan algo muy diferente cuando son dichas por una minoría que lucha contra medidas represivas y cuando son expresadas por un grupo que ha alcanzado el poder y, luego, utiliza ideas que una vez fueron armas de emancipación como instrumentos para conservar el poder y la riqueza que han obtenido. Ideas que a veces son medios para producir un cambio social no tienen el mismo significado cuando son utilizadas como medios de contención del cambio social. Este hecho es, en sí mismo, una ilustración de la relatividad histórica y una evidencia del mal que se esconde en la afirmación del primer liberalismo sobre el carácter inmutable y eterno de sus ideas. Debido a esto último, la doctrina del laissez faire fue defendida por una escuela degenerada de liberales con el fin de expresar el orden mismo de la naturaleza. El resultado fue la degradación de la idea de individuo, incluso en las mentes de muchos que luchan por un desarrollo más amplio y pleno del individuo. Individualismo se ha convertido en un término de desaprobación y reproche, aunque muchos no pueden ver ningún remedio para los males originados por el uso de la libertad sin restricciones sociales en la empresa comercial, salvo el cambio producido por la violencia. La tendencia histórica de concebir toda la cuestión de la libertad como un asunto en el que el individuo y el gobierno son realidades opuestas ha dado frutos amargos. Nacida del gobierno despótico, ha seguido influenciando el pensamiento y la acción después de que el gobierno se haya vuelto popular y, según la teoría, sirviente del pueblo.

Pasemos ahora a lo que sería la filosofía del liberalismo si se hubiera eliminado del mismo su absolutismo. En primer lugar, ese liberalismo sabría que el individuo no es nada fijo e inmutable, algo dado. En realidad, es algo logrado, y logrado no de forma aislada, sino con la ayuda y el apoyo de condiciones físicas y culturales, incluyendo las instituciones "culturales", económicas, legales y políticas, así como la ciencia y el arte. El liberalismo sabría que las condiciones sociales pueden constreñir, distorsionar y casi impedir el desarrollo del individuo. Por consiguiente, se interesaría en el funcionamiento de instituciones sociales que tengan efectos, positivos o negativos, en el crecimiento de los individuos, el cual será accidentado en la realidad, y no meramente en la teoría abstracta. Estaría muy interesado en la construcción positiva de instituciones favorables, legales, políticas y económicas, tanto como en la eliminación de los abusos y las diferentes clases de opresión.

En segundo lugar, el liberalismo estaría comprometido con la idea de la relatividad histórica. Sabría que los contenidos del individuo y la libertad varían con el tiempo; que esto es cierto tanto del cambio social como del desarrollo individual desde la infancia a la madurez. El contrapunto positivo de la oposición al absolutismo doctrinal es la experimentación. La relación entre relatividad histórica y método experimental es intrínseca. El tiempo significa cambio. La relevancia del individuo con respecto a las políticas sociales varía con los cambios de las condiciones en que viven las personas. El primer liberalismo, al ser absoluto, era también ahistórico. Estaba fundamentado implícitamente en una filosofía de la historia que presuponía que la historia, como el tiempo en la concepción newtoniana, no es más que modificación de relaciones externas; una modificación cuantitativa, no cualitativa e interna. Lo mismo es cierto en toda teoría que supone, como se atribuye habitualmente a Marx, que los cambios temporales en la sociedad son inevitables, es decir, están gobernados por leyes que, ellas mismas, no son históricas. Lo cierto es que el historicismo y el evolucionismo del siglo XIX eran solo doctrinas a medio camino. Supusieron que los procesos históricos y evolutivos estaban sometidos a leyes o fórmulas situadas fuera de los procesos temporales.

El compromiso del liberalismo con el método experimental lleva consigo la idea de reconstrucción continua de las ideas de individuo y libertad, en su íntima relación con los cambios en las relaciones sociales. Basta referirse a los cambios en la productividad y la distribución desde los tiempos en que el primer liberalismo fue formulado, y los efectos de estas transformaciones —debidas a la ciencia y la tecnología— en las condiciones en que los hombres se asocian entre sí. Un método experimental parte del reconocimiento de este cambio temporal en las ideas y las políticas, de forma que estas últimas puedan coordinarse con los hechos, en lugar de oponerse a ellos. Cualquier otra visión mantiene un rígido conceptualismo e implica que los hechos deberían conformarse a los conceptos que son enmarcados independientemente de los cambios temporales e históricos.

Así pues, las dos cosas esenciales de un liberalismo social riguroso son, primero, el estudio realista de las condiciones existentes en su movimiento y, segundo, las ideas rectoras, en forma de políticas, con que hacemos frente a esas condiciones en el interés del individuo y su libertad. El primer requisito es tan evidente que no lo discutiré. El segundo punto necesita alguna aclaración. El método experimental no consiste en hacer esto o lo otro de forma desordenada, ni en hacer un poco de esto y otro poco de aquello con la esperanza de que las cosas mejoren. Tal y como sucede en las ciencias físicas, el método experimental implica un cuerpo coherente de ideas, una teoría, que da una dirección al esfuerzo. Lo que está implicado, al contrario de toda forma de absolutismo, es que las ideas y la teoría son tomadas como métodos de acción puestos a prueba y continuamente revisados por las consecuencias que producen en las condiciones sociales existentes. Puesto que son operativos por naturaleza, modifican las condiciones, mientras que el primer requisito, el de basar el estudio realista en las condiciones reales, provoca su continua reconstrucción.

Por último, no habría oposición en principio entre el liberalismo como filosofía social y el radicalismo en la acción, si por radicalismo entendemos la adopción de políticas que generan cambios sociales drásticos, en lugar de graduales. Se trata de saber qué tipo de procedimientos desvela un estudio inteligente de las condiciones cambiantes. Estos cambios han sido tan grandes en el último siglo, sí, en los últimos cuarenta años, que tengo la impresión de que los métodos radicales son ahora necesarios. Pero todo lo que requiere este argumento es el reconocimiento del hecho de que no hay nada en la naturaleza del liberalismo que haga de él una doctrina aguachinada, caracterizada por el compromiso y las "reformas" menores. Merece la pena señalar que los primeros liberales fueron vistos en su día como radicales subversivos.

Debería quedar claro, pues, que la cuestión del método en la formación y ejecución de políticas es algo central en el liberalismo. El método indicado se basa en la máxima dependencia de la inteligencia. Este hecho determina su oposición a aquellas formas de radicalismo que otorgan un lugar primordial al derrocamiento violento de las instituciones existentes como método de cambio social. Un auténtico liberal pondrá un énfasis crucial en la completa correlación entre los medios utilizados y las consecuencias que de ellos se derivan. El mismo principio que le hace consciente de que los medios empleados por el pseudo-liberalismo no hacen más que perpetuar y multiplicar los males de las condiciones existentes, ese mismo principio le hace consciente de que la dependencia de la fuerza de las masas como medio de cambio social decide la clase de consecuencias que se darán en la realidad. Procedan de Mussolini o de Marx, las doctrinas que creen que, puesto que ciertos fines son deseables, solo esos fines y nada más serán el resultado del uso de la fuerza para alcanzarlos, esas doctrinas no son más que otro ejemplo de las limitaciones que las teorías absolutas imponen a la inteligencia. En la medida en que se recurre a la mera fuerza, las consecuencias reales son tan problemáticas que los fines originales tienen que ser buscados posteriormente con el método de la inteligencia experimental.

Al decir esto no deseo que se entienda que radicales como los mencionados tengan el monopolio del uso de la fuerza. En realidad, es lo contrario lo cierto. Los reaccionarios están en posesión de la fuerza, no solo gracias al ejército y la policía, sino también a la prensa y las escuelas. La única razón de que no defiendan el uso de la fuerza es el hecho de que ya la ejercen, de forma que su política es encubrir su existencia con frases idealistas (en las que utilizan, por ejemplo, las ideas de libertad e iniciativa individual).

Estos hechos ejemplifican el mal esencial que consiste en depender de la fuerza. La acción y la reacción son físicamente iguales y en dirección opuesta, y la fuerza como tal es siempre física. La dependencia de ella en un lado siempre, antes o después, moviliza la fuerza en el otro lado. El problema del uso inteligente de la fuerza es demasiado complejo para ser tratado aquí. Solo puedo decir que, cuando las fuerzas en uso son tan ciegas e intransigentes como para resistir con la fuerza el libre uso de la inteligencia para desarrollar un cambio social, no solo alientan la dependencia del método de la fuerza en aquellos que ven la necesidad del cambio social, sino que dan a estos últimos toda la justificación que necesitan. El énfasis del liberalismo en la libertad de investigación, comunicación y organización no le compromete con un pacifismo incondicional, sino con el uso infatigable de todos los métodos de la inteligencia que permiten las condiciones, y la búsqueda de todos los que son posibles.

En conclusión, quiero subrayar un punto implicado en esta discusión. La cuestión de la importancia práctica de la libertad es mucho más amplia que la de la relación del individuo con el gobierno, por no decir nada de la monstruosidad de la doctrina que supone que, en todas las circunstancias, la acción del gobierno y la libertad individual se encuentran en esferas separadas e independientes. El gobierno es un factor, y un factor importante. Pero entra en escena solo en relación con otros asuntos. En la actualidad, estos otros asuntos son económicos y culturales. Con respecto al primer punto, es absurdo concebir la libertad como algo propio del emprendedor empresarial e ignorar la inmensa reglamentación a la que están sometidos los trabajadores, tanto intelectuales como manuales. En cuanto al segundo punto, la libertad del espíritu humano y de la individualidad solo pueden lograrse cuando existe la oportunidad real de compartir los recursos culturales de la civilización. Ningún estado económico de las cosas es puramente económico. Tiene un profundo efecto en la presencia o ausencia de libertad cultural. Un liberalismo que no defienda la plena libertad cultural y que no vea la relación entre esta y la auténtica libertad industrial es, como forma de vida, un liberalismo degenerado y engañoso.

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