El estado noruego arrebata niños indios a sus legítimos padres por razones culturales
Wajahat Qazi
Publicado originalmente en: The case of the stolen children: notes on a Scandinavian state and society, openDemocracy, 24/01/2012
Lo diré abiertamente. No me gusta este artículo. Por dos razones: porque es excesivamente ideológico, aportando muy poca información, y porque salta gratuitamente de un problema concreto a una descalificación general, no solo de la sociedad noruega, sino de todas las sociedades escandinavas, a las que se les presupone una gran semejanza. Es inevitable que, con esas características, exagere en no pocas ocasiones. En fin, al autor le preocupa más desacreditar a esas sociedades (ideológicamente) que denunciar un caso concreto que violación de derechos. He dudado en publicarlo y me he decidido a hacerlo solo por una razón: plantea un claro caso de paternalismo e intromisión excesiva del estado en la esfera privada de las personas. En esto, estoy de acuerdo con el autor. Y estoy de acuerdo, también, que esto solo se explica por la gran penetración de la cultura socialdemócrata, estatista por naturaleza, en la sociedad noruega. Se han traspasado los límites. He aquí un estado excesivamente poderoso, que poco tiene que ver con un genuino estado de derecho, limitado claramente en sus poderes.
El extraño caso de los niños robados en Noruega, donde el estado ha arrebatado por la fuerza a los hijos de los ciudadanos indios que viven en el país, refleja una realidad más amplia de los países escandinavos.
Las razones aducidas por el estado noruego para el robo de estos niños a sus padres biológicos rozan lo ridículo, lo estrafalario y lo increíble. El estado sostiene que algunas prácticas de los padres (alimentarles con las manos, 'sobrealimentación' y dormir con sus padres) no pueden ser toleradas y van en contra de las obligaciones establecidas por la sociedad noruega. Estas prácticas son muy normales en el subcontinente indio y, podría decirse, en buena parte de Asia. ¿Por qué está entrometiéndose el estado noruego en la esfera privada de las personas y adultos responsables, alterando radicalmente su forma de vida? ¿Se considera el estado noruego portador de la verdad y la sabiduría, insultando, así, la sabiduría y las prácticas culturales de otra cultura y otra sociedad? ¿O hay razones más prosaicas? Es decir, ¿acaso el estado noruego y el de los demás países escandinavos —graciosamente considerados como paraísos en la Tierra— han logrado tal supremacía racial que no son capaces de tolerar las diferencias? ¿Acaso quieren estos estados imponer una camisa de fuerza racial, cultural y social a las gentes de otras culturas y sociedades? En otras palabras, ¿no pueden estos estados tolerar las diferencias culturales? Y por último, pero no por ello menos importante, ¿refleja este caso el paternalismo inherente a la socialdemocracia, herencia del comunismo?
Las respuestas a estas cuestiones, entrelazadas entre sí, son todas afirmativas. El paternalismo y el intrusismo en las vidas de aquellas personas que considera desviadas es algo inherente al estado escandinavo. Establece límites a la libertad individual y, aparentemente, tiene la última palabra en la determinación de la 'mala conducta' e, incluso, acerca de cómo deben comportarse los adultos. Este ridículo 'principio', obiter dictum, en lugar de favorecer una sociedad en la que las libertades individuales están equilibradas por el estado y la sociedad, está produciendo adultos infantiles.
El caso que nos ocupa puede reflejar, también, las tensiones entre los derechos de los niños y las obligaciones del estado que de ellos se derivan. Los derechos del niño, definido como una persona menor de 18 años, están claramente establecidos en la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. En esencia, estos derechos garantizan que el niño —una persona vulnerable— pueda vivir una vida libre de restricciones emocionales, físicas y mentales, y de estrés, y admiten que los padres biológicos naturales están en la mejor posición para proporcionar esta atención al niño. En relación con el caso que nos ocupa, la idea central de la Convención es que los intereses del niño deben ser la principal consideración. Y está ampliamente reconocido que el derecho de un niño a una relación con sus padres biológicos naturales es de interés fundamental para el niño. Las obligaciones de los estados que han firmado la convención aumentan o disminuyen. Los estados aceptan las obligaciones de respetar, proteger, promover y garantizar los derechos contenidos en dicha convención. Sin embargo, parece que son las razones expuestas aquí las premisas que informan la decisión del estado noruego.
Insultante y despreciativo, el lado oscuro del enfoque noruego es el poder y el control que proporciona a los agentes del estado o a aquellos en posiciones jerárquicas de poder. Pueden destruir las vidas de las personas en base a un capricho, una fantasía o cualquier otra forma de arbitrariedad y mezquindad. El caso en cuestión revela esta lado oscuro del paternalismo inherente a los estados escandinavos.
Esta intervención e intrusión en las vidas de personas de otra cultura no puede basarse en la mezquindad, sino en la más absoluta ignorancia. O tal vez, desde una perspectiva más oscura, refleje la arrogancia sobre la superioridad de las prácticas culturales, familiares y sociales de la sociedad escandinava. Sin embargo, esto puede ser un juicio demasiado benigno. Parece que las razones pueden ser múltiples, siendo la más notable la opinión de que Escandinavia ha alcanzado el límite de la tolerancia hacia los extranjeros. Y que el estado está imponiendo sus puntos de vista a los extranjeros como venganza. Esto puede ser, además, una táctica populista. El estado podría estar halagando las corrientes subterráneas de descontento y odio hacia los inmigrantes que se dan en sectores de la sociedad escandinava. Los inmigrantes indios del caso que nos ocupa tal vez no sean más que víctimas inocentes de esta estrategia.
Este rechazo del relativismo cultural —sin duda, un concepto que, llevado al extremo, puede ser utilizado abusivamente e incluso ser perjudicial para las sociedades de acogida— por parte del estado escandinavo es una tontería. Ninguna sociedad ni estado en el mundo puede escapar a la movilidad de diferentes gentes en sus propios dominios. Esto es inevitable y a veces, incluso, deseable. Y para la perspectiva de la paz y la estabilidad, todos los estados y sociedades deben esforzarse por entender las diferencias y ser tolerantes con los aspectos más saludables y destacados de estas culturas. Sin embargo, imponer una camisa de fuerza solo puede provocar reacciones, descontento y alienación. Esta es una enfermedad de la que están especialmente afectados el estado y la sociedad escandinavos.
Así las cosas, ¿qué debe hacerse para evitar el descontento y la alienación? La primera premisa del nuevo enfoque debe ser la reforma del estado y la sociedad escandinavos. Hay muchas cosas malas en una sociedad que produce un asesino psicológicamente trastornado que mata al azar y culpa al Islam de sus acciones, y que considera como contrarias al estado y la sociedad prácticas culturales inocentes. El estado escandinavo debe abrirse, política y económicamente, al mundo y dejar que entre la luz del sol. Esto requeriría un reajuste integral de las estructuras estatales y sociales de estos países, una idea que seguramente será una blasfemia para la mayoría de los que lean este artículo. Solo una apertura cultural y social puede derivarse de ello.
En este análisis final, esto solo puede conducir a unas sociedades ilustradas, tolerantes y sensatas, algo que es un puro bien. Esto es, axiomáticamente, un programa a largo plazo. El caso de los niños robados debería verse como un saludable recordatorio de que no todo es bueno en los países escandinavos y que la acción revolucionaria está justificada para cambiar este estado de cosas deformado. Mientras tanto, dejemos que las autoridades se den prisa y permitan que los niños robados vuelvan con sus padres naturales.
Wajahat Qazi es analista político con un master en Relaciones Internacionales de la Universidad de Aberdeen.
Traducción: Javier Villate
Publicado originalmente en: The case of the stolen children: notes on a Scandinavian state and society, openDemocracy, 24/01/2012
Lo diré abiertamente. No me gusta este artículo. Por dos razones: porque es excesivamente ideológico, aportando muy poca información, y porque salta gratuitamente de un problema concreto a una descalificación general, no solo de la sociedad noruega, sino de todas las sociedades escandinavas, a las que se les presupone una gran semejanza. Es inevitable que, con esas características, exagere en no pocas ocasiones. En fin, al autor le preocupa más desacreditar a esas sociedades (ideológicamente) que denunciar un caso concreto que violación de derechos. He dudado en publicarlo y me he decidido a hacerlo solo por una razón: plantea un claro caso de paternalismo e intromisión excesiva del estado en la esfera privada de las personas. En esto, estoy de acuerdo con el autor. Y estoy de acuerdo, también, que esto solo se explica por la gran penetración de la cultura socialdemócrata, estatista por naturaleza, en la sociedad noruega. Se han traspasado los límites. He aquí un estado excesivamente poderoso, que poco tiene que ver con un genuino estado de derecho, limitado claramente en sus poderes.
El extraño caso de los niños robados en Noruega, donde el estado ha arrebatado por la fuerza a los hijos de los ciudadanos indios que viven en el país, refleja una realidad más amplia de los países escandinavos.
Las razones aducidas por el estado noruego para el robo de estos niños a sus padres biológicos rozan lo ridículo, lo estrafalario y lo increíble. El estado sostiene que algunas prácticas de los padres (alimentarles con las manos, 'sobrealimentación' y dormir con sus padres) no pueden ser toleradas y van en contra de las obligaciones establecidas por la sociedad noruega. Estas prácticas son muy normales en el subcontinente indio y, podría decirse, en buena parte de Asia. ¿Por qué está entrometiéndose el estado noruego en la esfera privada de las personas y adultos responsables, alterando radicalmente su forma de vida? ¿Se considera el estado noruego portador de la verdad y la sabiduría, insultando, así, la sabiduría y las prácticas culturales de otra cultura y otra sociedad? ¿O hay razones más prosaicas? Es decir, ¿acaso el estado noruego y el de los demás países escandinavos —graciosamente considerados como paraísos en la Tierra— han logrado tal supremacía racial que no son capaces de tolerar las diferencias? ¿Acaso quieren estos estados imponer una camisa de fuerza racial, cultural y social a las gentes de otras culturas y sociedades? En otras palabras, ¿no pueden estos estados tolerar las diferencias culturales? Y por último, pero no por ello menos importante, ¿refleja este caso el paternalismo inherente a la socialdemocracia, herencia del comunismo?
Las respuestas a estas cuestiones, entrelazadas entre sí, son todas afirmativas. El paternalismo y el intrusismo en las vidas de aquellas personas que considera desviadas es algo inherente al estado escandinavo. Establece límites a la libertad individual y, aparentemente, tiene la última palabra en la determinación de la 'mala conducta' e, incluso, acerca de cómo deben comportarse los adultos. Este ridículo 'principio', obiter dictum, en lugar de favorecer una sociedad en la que las libertades individuales están equilibradas por el estado y la sociedad, está produciendo adultos infantiles.
El caso que nos ocupa puede reflejar, también, las tensiones entre los derechos de los niños y las obligaciones del estado que de ellos se derivan. Los derechos del niño, definido como una persona menor de 18 años, están claramente establecidos en la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. En esencia, estos derechos garantizan que el niño —una persona vulnerable— pueda vivir una vida libre de restricciones emocionales, físicas y mentales, y de estrés, y admiten que los padres biológicos naturales están en la mejor posición para proporcionar esta atención al niño. En relación con el caso que nos ocupa, la idea central de la Convención es que los intereses del niño deben ser la principal consideración. Y está ampliamente reconocido que el derecho de un niño a una relación con sus padres biológicos naturales es de interés fundamental para el niño. Las obligaciones de los estados que han firmado la convención aumentan o disminuyen. Los estados aceptan las obligaciones de respetar, proteger, promover y garantizar los derechos contenidos en dicha convención. Sin embargo, parece que son las razones expuestas aquí las premisas que informan la decisión del estado noruego.
Insultante y despreciativo, el lado oscuro del enfoque noruego es el poder y el control que proporciona a los agentes del estado o a aquellos en posiciones jerárquicas de poder. Pueden destruir las vidas de las personas en base a un capricho, una fantasía o cualquier otra forma de arbitrariedad y mezquindad. El caso en cuestión revela esta lado oscuro del paternalismo inherente a los estados escandinavos.
Esta intervención e intrusión en las vidas de personas de otra cultura no puede basarse en la mezquindad, sino en la más absoluta ignorancia. O tal vez, desde una perspectiva más oscura, refleje la arrogancia sobre la superioridad de las prácticas culturales, familiares y sociales de la sociedad escandinava. Sin embargo, esto puede ser un juicio demasiado benigno. Parece que las razones pueden ser múltiples, siendo la más notable la opinión de que Escandinavia ha alcanzado el límite de la tolerancia hacia los extranjeros. Y que el estado está imponiendo sus puntos de vista a los extranjeros como venganza. Esto puede ser, además, una táctica populista. El estado podría estar halagando las corrientes subterráneas de descontento y odio hacia los inmigrantes que se dan en sectores de la sociedad escandinava. Los inmigrantes indios del caso que nos ocupa tal vez no sean más que víctimas inocentes de esta estrategia.
Este rechazo del relativismo cultural —sin duda, un concepto que, llevado al extremo, puede ser utilizado abusivamente e incluso ser perjudicial para las sociedades de acogida— por parte del estado escandinavo es una tontería. Ninguna sociedad ni estado en el mundo puede escapar a la movilidad de diferentes gentes en sus propios dominios. Esto es inevitable y a veces, incluso, deseable. Y para la perspectiva de la paz y la estabilidad, todos los estados y sociedades deben esforzarse por entender las diferencias y ser tolerantes con los aspectos más saludables y destacados de estas culturas. Sin embargo, imponer una camisa de fuerza solo puede provocar reacciones, descontento y alienación. Esta es una enfermedad de la que están especialmente afectados el estado y la sociedad escandinavos.
Así las cosas, ¿qué debe hacerse para evitar el descontento y la alienación? La primera premisa del nuevo enfoque debe ser la reforma del estado y la sociedad escandinavos. Hay muchas cosas malas en una sociedad que produce un asesino psicológicamente trastornado que mata al azar y culpa al Islam de sus acciones, y que considera como contrarias al estado y la sociedad prácticas culturales inocentes. El estado escandinavo debe abrirse, política y económicamente, al mundo y dejar que entre la luz del sol. Esto requeriría un reajuste integral de las estructuras estatales y sociales de estos países, una idea que seguramente será una blasfemia para la mayoría de los que lean este artículo. Solo una apertura cultural y social puede derivarse de ello.
En este análisis final, esto solo puede conducir a unas sociedades ilustradas, tolerantes y sensatas, algo que es un puro bien. Esto es, axiomáticamente, un programa a largo plazo. El caso de los niños robados debería verse como un saludable recordatorio de que no todo es bueno en los países escandinavos y que la acción revolucionaria está justificada para cambiar este estado de cosas deformado. Mientras tanto, dejemos que las autoridades se den prisa y permitan que los niños robados vuelvan con sus padres naturales.
Wajahat Qazi es analista político con un master en Relaciones Internacionales de la Universidad de Aberdeen.
Traducción: Javier Villate
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