El fin del sueño chino

Christina Larson

Publicado originalmente en: The End of the Chinese Dream, Foreign Policy, 21/12/2001



PEKÍN — En junio, un amigo mío que se crió en la ciudad industrial de Shenyang, en el norte de China, y que se licenció recientemente en la universidad, se trasladó a Pekín para perseguir su sueño: trabajar en un medio de comunicación. Tiene un trabajo a tiempo completo, pero el sueldo no es muy grande y es difícil ganarse la vida. Hace poco almorzamos juntos y me habló de sus condiciones de alojamiento, que calificó como "no ideal". Estaba viviendo en un apartamento de tres dormitorios, compartido por siete personas, cerca de la carretera del Cuarto Anillo, en el extrarradio de la ciudad. Cinco de sus compañeros de apartamento eran chicas jóvenes que iban a trabajar todos los días a las 11 de la noche y volvían alrededor de las cuatro de la mañana. "Dicen que están trabajando en el turno de noche de Tesco", un comercio británico, pero él no lo creía. Una noche les vio entrando en un club de karaoke, llevaban mucho maquillaje y "faldas mucho más cortas que mis calzoncillos y, además, lo hicieron por la entrada para empleados. "Son prostitutas", concluyó. "Me sentí un poco incómodo".

Pero cuando hizo cuentas de los gastos del mes y consideró su falta de contactos especiales, o guanxi, en la ciudad, ya sea para complementar su nómina o para encontrar una vivienda más cómoda pero no más cara, pensó que su situación era bastante triste. "He venido aquí para ser periodista, esa es mi meta, y no quiero echarme atrás ahora. Pero me parece que es más difícil de lo que creía".

Cuando le pregunté qué tal les iba a sus colegas y antiguos compañeros de clase, pensó en ello un momento y luego me dijo que algunos estaban en una situación muy parecida a la suya, "pero muchos amigos míos tienen padres en Pekín y pueden ahorrar dinero viviendo con ellos. Si tu familia está aquí, eso ayuda mucho". Enseguida añadió: "Y algunos tienen padres ricos que hay les han comprado sus propios apartamentos... y coches".

A pesar del asombroso crecimiento económico de China, se ha vuelto más difícil para gente como mi amigo salir adelante en la gran ciudad. La suya no es una profesión especialmente lucrativa. Al igual que muchos en Pekín, no puede contar con su paga anual para seguir el ritmo de la inflación. Todos los meses de este año, el índice de precios de consumo (IPC) ha sido mayor que el objetivo oficial de un promedio mensual del 4 por ciento. El mes pasado, los medios estatales aclamaron como buenas noticias el hecho de que, oficialmente, el IPC fuera del 4,2 por ciento solamente.

Cualquiera en Pekín puede poner ejemplos de amigos que han visto cómo los alquileres han subido un 10 por ciento o más en un año. Los precios en los restaurantes no paran de subir, mientras que los platos son cada vez más pequeños. Incluye las pérdidas de intangibles que el dinero no puede comprar —como la calidad del aire y la seguridad alimentaria— y empezarás a comprender las quejas de algunos nuevos ricos de Pekín por el hecho de que su nivel de vida parece estar disminuyendo, a pesar de que el PIB se mantiene en un fenomenal 9 por ciento.

¿Podría ser cierto que una franja de la población de las grandes ciudades de China se está empobreciendo, sobre todo si uno compara los salarios con el coste de la vida? Le pregunté a Patrick Chovanec, profesor adjunto en la Escuela de Economía y Administración de la Universidad Tsinghua de Pekín. ¡Ay!, me dijo, es difícil encontrar claridad en las falsificadas estadísticas oficiales de China. (Por ejemplo, la tasa oficial de desempleo solo incluye a individuos con hukous urbano o permisos de residencia permanente, lo cual excluye a la mayoría de los más vulnerables económicamente.) Sin embargo, señaló: "si percibes que estás perdiendo poder adquisitivo —o que ha aumentado, pero no en la medida esperada—, la gente se cabrea... Y este país, un país que está creciendo a más del 9 por ciento, está de muy mal humor".

De hecho, hay un palpable sentimiento de frustración en Pekín, sobre todo si se compara con la última vez que viví aquí en 2008. Puedes verlo en los rostros austeros de la gente en el metro, escucharlo en las voces rasposas de las conversaciones en las cenas y, sobre todo, en la rudeza de los taxistas, que ya no creen que conducir a la gente por la ciudad por 10 yuanes (alrededor de un euro) no es un buen negocio para ellos (la tarifa base no ha subido). Aún así, es difícil cabrearse con las abstracciones. Es mucho más fácil echar pestes de gente repelente.

No es de extrañar, pues, que en 2011 los medios de comunicación chinos y Sina Weibo (la versión china de Twitter) se entusiasmen casi todos los meses con salaces reportajes de personajes chinos del tipo Paris Hilton (los hijos y las hijas de la elite rica y política, que exhiben lujosos abalorios y poco seso), con sus BMWs y Audis, y sus impresionantes arranques.

El año comenzó con el juicio de Li Qiming, un estudiante universitario de la provincia de Hebei, que en octubre de 2010, conduciendo ebrio, atropelló a dos estudiantes de otra universidad, matando a uno de ellos. Cuando vio lo que había sucedido, intentó escapar a toda pastilla, pero el guardia del campus detuvo su coche. Se ha informado ampliamente que, cuando le interrogaron, la primera cosa que dijo fue "mi padre es Li Gang". Li Gang es el subjefe de la policía del distrito.

Li Tianyi, hijo de un alto mando del ejército, tenía 15 años cuando, sin licencia, se puso al volante de un BMW en septiembre. Mientras iba de juerga por las calles de Pekín, montó en cólera cuando otro coche le bloqueó el paso. Al parecer, salió del coche y atacó al otro conductor mientras él o un amigo gritaba: "¿Quién se atreverá a llamar a la policía?". Detrás del parabrisas de su coche había un permiso de conducir temporal para el Gran Palacio del Pueblo, el edificio del parlamento chino.

A comienzos de este mes, un estudiante de la Academia de Cine de Pekín se metió en una pelea por el aparcamiento de su Audi, el coche habitual de las autoridades chinas. Tras la pelea, un trabajador de la limpieza, un emigrante de 43 años de la provincia de Hebei, fue trasladado al hospital, donde murió.

Quizás el equivalente femenino más cercano haya sido la saga de Guo "Meimei", una chiquita de 20 años con una cara con forma de corazón y grandes ojos marrones, que publicó en su microblog de Weibo unas fotos suyas en las que conducía su "pequeño caballo" (un Maserati blanco) y su "pequeño toro" (un Lamborghini naranja). En su cuenta, afirmaba ser directora general de la Cruz Roja de China, una de las organizaciones humanitarias más grandes y mejor relacionadas políticamente del país. Sus lujosas propiedades, por no mencionar su penosa mentalidad, fueron consideradas por los lectores como muestras de corrupción de la organización humanitaria. (En los meses siguientes al escándalo, que alcanzó su clímax en junio, las donaciones a la organización cayeron drásticamente.) Posteriormente, Guo dijo que no tenía ese puesto en la organización y se rumoreó que era una amante o pariente de alguien de la Cruz Roja.

El cabreo existente en China por las conductas de estos personajes es más profunda que, por ejemplo, la relación de amor-odio de EEUU con Lindsay Lohan. Como me dijo Michael Anti, un popular blogger y comentarista político chino, "los ricos se están convirtiendo en una dinastía". Ahora, en China la gente reconoce que "tú consigues tu posición no por tus estudios o tu buen trabajo, sino por tu papá". Anti añadió que, aunque la corrupción y el guanxi son conceptos muy recientes en China, antes existía la creencia en la movilidad social gracias al mérito. "Antes, la universidad era un canal para promocionarte a la clase dominante. Ahora, la clase dominante se promueve a sí misma".

Existe una oscura sensación de que algo ha cambiado. "No es la desigualdad de ingresos en sí misma lo que molesta a la gente; creer eso es un error", me dijo Chovanec. "Cuando Jack Ma gana mil millones de dólares por poner en marcha una empresa de éxito, eso está bien... Es la desigualdad de privilegios [lo que molesta]. Es la forma en que la gente gana dinero. Hay ahora una clase de gente que se ha enriquecido por ser quienes son, no por lo que han hecho, y se rigen por un conjunto diferente de normas".

En la China actual, la capacidad de comprar y vender bienes inmuebles, y conseguir contratos con el gobierno, son algunos de los medios para hacerse rico, pero son aquellos que ya son ricos y están bien relacionados quienes consiguen esas oportunidades. Si sus hijos son perezosos o duros de mollera, pueden utilizar su influencia para obtener oportunidades y posiciones para ellos, interponiéndose en las carreras de aspirantes más capaces. El estatus social está cada vez más afincado porque, como señala Chovanec, "el gobierno es muy dominante en la economía de China ... el gobierno tiene mucho poder para determinar quiénes son los ganadores y los perdedores, de forma que quién eres y quién te conoce es más importante que cualquier otra cosa para tener éxito". Y los que están arriba actúan cada vez más por encima de la ley. "El privilegio engendra dinero, y el dinero engendra privilegio".

Evidentemente, esto va en contra del cuento de hadas, popular y optimista, sobre la China de los últimos 30 años, promovido debidamente por el Partido Comunista, según el cual una economía boyante y en ascenso levanta, inevitablemente, todos los barcos; el futuro será mejor, en términos materiales, que el pasado; el trabajo te sacará adelante, y la educación es el gran nivelador. Lo llaman el sueño chino.

"Bueno, eso solía ser cierto, muy cierto, pero ahora ya no lo es", dice Qiao Mu, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín. "Fíjese en mí. Nací en 1970 en una familia pobre en el oeste de China. Entonces no había una gran clase de gente rica en China y las oportunidades estaban más abiertas. En aquellos tiempos, pude depender de mi trabajo y estudios para prosperar. Pude cambiar mi posición en la sociedad". Pero hoy, dice, suspirando profundamente, "es mucho más difícil para estos jóvenes, mis estudiantes. Tienes que provenir de buena familia, y los que tienen ya buenos contactos y riqueza se ayudan entre sí... Las condiciones están empeorando, no mejorando".

O como mi amigo, el aspirante a periodista, dice: "La gente ya no cree que puedas tener éxito simplemente gracias al trabajo honesto en China".



Christina Larson es colaboradora de FOREIGN POLICY.

Traducción: Javier Villate.

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