El engañoso auge de los islamistas en el norte de África

Jalil Al Anani

Publicado originalmente en: The Illusive Rise of Islamists, Foreign Policy, 8/12/2011



Los resultados de la primera ronda electoral en Egipto han supuesto un auténtico alboroto en los medios de comunicación y ha sorprendido a la opinión pública. Pero la victoria de los partidos islamistas ha sido sobrevalorada. Dada la arraigada presencia de los islamistas en las sociedades árabes, a nivel político, económico y social, por no hablar de la abundante propaganda religiosa, es más sorprendente el hecho de que, hasta ahora, ninguno de los partidos islamistas haya logrado una mayoría absoluta en las recientes elecciones. Los islamistas en Túnez, Marruecos y Egipto no pueden reclamar superioridad sobre las otras fuerzas políticas. El aparente triunfo de las fuerzas islamistas pronto se revelará como una ilusión.

En Túnez, el partido Ennahda ganó solo el 37 por ciento de los escaños de la asamblea constituyente (89 de 217), lo que le coloca por delante de otros partidos políticos, pero no concede a Ennahda la última palabra en la elaboración de la nueva constitución o en la formación de un gobierno unipartidista. En Marruecos, el Partido Justicia y Desarrollo (PJD) solo consiguió un 27 por ciento de los escaños (107 de 395), con menos del 46 por ciento de participación electoral. Ciertamente el PJD ha recibido más del doble de votos que en las anteriores elecciones (en las elecciones de 2007 obtuvo 47 escaños), y es la primera vez que un partido consigue este número de escaños desde las primeras elecciones marroquíes en 1963. Sin embargo, la peculiaridad y complejidad del sistema electoral marroquí —que crea un parlamento fragmentado— no garantiza el dominio de un único partido en el parlamento.

En Egipto, a los islamistas les ha ido bastante bien hasta ahora en la primera ronda electoral y se espera que mantengan su éxito. Sin embargo, sería un error suponer que van a controlar una sólida mayoría en el nuevo parlamento. El Partido Libertad y Justicia (PLJ) de la Hermandad Musulmana, el movimiento islamista más emblemático y poderoso del mundo árabe, obtuvo solo el 36,6 por ciento de los votos en la primera ronda, a pesar de su dilatada experiencia en contiendas electorales. (Aunque el movimiento ha estado oficialmente prohibido durante décadas, muchos "hermanos" concurrían a las elecciones como candidatos "independientes".)

La mayor sorpresa ha sido el relativo éxito de los salafistas ultraconservadores, el vencedor inesperado de las elecciones egipcias, que obtuvo el 24,3 por ciento de los votos. Pero es muy poco probable que logre los mismos votos en las dos siguientes rondas electorales. No solo debido a su retórica islámica ingenua y poco prudente, que ha quedado en un segundo plano en la cobertura mediática de las últimas semanas, sino también porque se enfrentarán a sus contrapartes islamistas más moderadas, la Hermandad Musulmana y el Partido Al Wasat. En las elecciones de desempata entre candidatos individuales de esta semana, la Hermandad aplastó a sus rivales salafistas, obteniendo casi diez veces más asientos.

Uno de los principales temores asociados con el auge de los islamistas es que utilicen su poder para remodelar las instituciones políticas en su favor. Pero en realidad, estas elecciones no cambiarán las reglas del juego en favor de los recién llegados. Ni uno solo de los partidos islamistas emergentes podrá tomar el poder real de los actuales gobernantes, al menos no por sus logros electorales.

En Túnez, así como en Marruecos y Egipto, los partidos islamistas que han ganado las elecciones no podrán alterar de forma significativa el status quo en su provecho. En primer lugar, las estructuras autoritarias siguen funcionando y la vieja elite sigue activa. Las pesadas herencias de Zine El Abidine Ben Ali y Hosni Mubarak impedirán cualquier intento de los nuevos gobiernos para desmantelar estas estructuras. Por ejemplo, tras formar un gobierno de coalición que sigue protagonizando intensas negociaciones, Ennahda tendrá que lidiar con dos antiguas y arraigadas instituciones, el ejército y el aparato de seguridad. Ambos lucharán para impedir cualquier cambio fundamental que pueda afectar a sus intereses. El ejército tunecino mostró un notable grado de contención tras la huida de Ben Ali. Sin embargo, sus generales no son ángeles. Para ellos, el ejército es el "guardián de la república" y podría adoptar un rol de supervisión o patronazgo, sobre todo si los civiles no aciertan a doblegar sus aspiraciones en la nueva constitución. Supervisarán atentamente la escena política entre bambalinas. Las cosas son más difíciles con las fuerzas de seguridad, que no se someterán con facilidad a las nuevas realidades. Cualquier intento de rehabilitarles para adaptarles a las nuevas estructuras democráticas podría socavar todo el proceso de transición.

En Marruecos, el monarca es el soberano intocable y domina la política. Las enmiendas constitucionales que se aprobaron en el referéndum de julio no confieren mucho poder al parlamento. Han reorganizado el ámbito político para que sea más visible, pero ineficaz. El PJD formará un gobierno débil que buscará apaciguar a la monarquía y la calle al mismo tiempo. No es sorprendente que el PJD no se presente como un adversario del Palacio (Al Majzan), que conserva un poder absoluto sobre el estado y la sociedad.

En Egipto, las cosas son aún más claras. El ejército es el único actor político y el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) no parece dispuesto a ceder el poder a la Hermandad Musulmana o a cualquier otro partido político. Así las cosas, el nuevo parlamento, que probablemente estará dirigido por los islamistas, estará limitado y será ineficaz. Según una declaración constitucional aprobada por referéndum popular en marzo, el CSFA tiene el poder exclusivo para designar y destituir el gobierno. En un reciente mensaje enviado a través del general Mamduh Shaeen, asesor legal del ministro de defensa y miembro del CSFA, los partidos no podrán formar gobierno, disolver el gobierno establecido por el CSFA ni preguntar a sus ministros. Todavía más irónico, el parlamento no tendrá autoridad para redactar la nueva constitución sin la supervisión del CSFA.

Por consiguiente, el resultado de las elecciones en curso simplemente se añadirá a la fragmentada y controvertida escena política.

Ninguno de los partidos islamistas podrá formar un gobierno por su cuenta. Tendrán que negociar, formar coaliciones y hacer concesiones. Por tanto, los islamistas tendrán que refrenar sus ambiciones políticas y mostrar flexibilidad para compartir el poder. Más importante aún, como parte de la dinámica de la transición, los islamistas son más propensos a abandonar sus objetivos originales, como la construcción de un estado islámico y la aplicación de la ley islámica (sharia). Las recientes declaraciones de los líderes islamistas de Túnez, Marruecos y Egipto muestran una tendencia más pragmática y realista. En lugar de centrarse en los temas sagrados e identitarios, se han inclinado por abordar problemas más mundanos y prácticos, como la reforma de la educación, la lucha contra la corrupción y la reconstrucción de las infraestructuras.

Con el espíritu de la primavera árabe todavía vigente, los jóvenes árabes no tolerarán ninguna violación de las libertades individuales y los derechos humanos. Los nuevos gobiernos "islamistas" no solo tendrán que dar garantías de respetar el pluralismo político, los derechos de las minorías, la libertad de expresión y demás, sino que, más importante aún, tendrán que ofrecer auténticas concesiones relacionadas con sus actividades islámicas. En otras palabras, la presión sobre los islamistas no estará limitada a sus posiciones políticas, donde podrían maniobrar con astucia contra sus adversarios, sino que afectará a sus convicciones ideológicas, lo que trastocará su "engañoso" auge.




Jalil Al Anani es profesor en la Escuela de Asuntos Gubernamentales e Internacionales de la Universidad de Durham, Gran Bretaña, y ex becario visitante en el Brookings Institute. Su dirección de correo-e es: kmibrahim@durham.ac.uk.

Traducción: Javier Villate

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