Durban y la puerta que se cierra

Ashley Dawson

Publicado originalmente en: Durban and the Closing Door, Counterpunch, 26/12/2011


Sudáfrica, el lugar de nacimiento de la política de opresión y explotación racial denominada apartheid, fue un destino perfecto para una conferencia cuyo objetivo era consolidar un nuevo régimen de desigualdad basada en el clima. A pesar de las informaciones de prensa que anunciaban el éxito de la "Plataforma de Durban", la XVII Cumbre de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP17) ha sellado, de hecho, una negociación separada y desigual sobre el cambio climático. Ahora que el polvo de la conferencia ha empezado a depositarse, podemos distinguir las características principales de lo que la Red de Justicia Climática llama apartheid climático.

Quizá lo más importante es el hecho de que la conferencia de Durban no consiguió alcanzar un acuerdo justo y vinculante para reducir las emisiones globales de dióxido de carbono. Ha habido mucha algarabía en los medios por la preservación del Protocolo de Kioto, pero la arriesgada política que condujo a este resultado ha creado, en realidad, lo que Pablo Solón, exembajador de Bolivia en la ONU, llamó un acuerdo zombi. He aquí por qué una etiqueta tan dura es adecuada.

En Durban, algunos de los países más contaminantes del mundo declararon que pensaban retirarse del régimen legalmente vinculante de Kioto sobre reducciones de emisiones. Evidentemente, EEUU nunca ratificó el acuerdo, pero ahora Canadá, Japón y Rusia se han retirado también, y Australia y Nueva Zelanda han amenazado con seguir el mismo camino. Esto significa que la segunda ronda de negociaciones sobre Kioto incluirá solo a una tercera parte de los países desarrollados, que en conjunto producen solo el 15 por ciento de las emisiones anuales de dióxido de carbono en el planeta. Cualquier reducción que hagan los grandes contaminadores será meramente voluntaria. En otras palabras, todo lo que tenemos es las reducciones de emisiones prometidas en la cumbre de Copenhague de 2010. Estas insuficientes reducciones, aunque se cumplan, condenan al planeta al calentamiento suicida de 4 a 5 grados centígrados.

Sin embargo, la denominada Plataforma de Durban ha creado un grupo de trabajo con la misión de buscar algún tipo de acuerdo sobre un protocolo legalmente vinculante para 2015, lo cual ha sido celebrado como el principal logro de una conferencia exitosa. Pero este acuerdo, sea cual sea la forma que tome, solo entrará en vigor en 2020. Nnimmo Bassey, un ambientalista nigeriano y presidente de Amigos de la Tierra Internacional, dijo que este retraso de ocho años era "una sentencia de muerte para África".

Bassey no está solo en esta consideración. Un reciente informe de la Asociación Internacional de la Energía (AIE) da al planeta solo cinco años para poner en práctica las reducciones necesarias en nuestro consumo de combustibles fósiles para evitar un cambio climático catastrófico. Fatih Birol, economista jefe de la AIE, declaró recientemente que "la puerta se está cerrando" para impedir la catástrofe. Esa puerta, por supuesto, se cerrará más rápido y con más graves consecuencias en las partes más vulnerables del planeta, donde viven muchos millones de campesinos sometidos a las condiciones climáticas crecientemente inestables de África.

La Plataforma de Durban, además, ha vaciado al Protocolo de Kioto de sus aspectos más progresistas, contenidos en el Plan de Acción de Bali (BAP, por sus siglas en inglés). El BAP se basó en el modelo de Kioto de responsabilidades comunes pero diferenciadas para abordar el cambio climático. Después de todo, mientras países en desarrollo como China pueden estar produciendo en la actualidad grandes cantidades de dióxido de carbono, son los países industriales desarrollados como EEUU, Japón y los miembros de la Unión Europea (UE) quienes realmente han contaminado la atmósfera en los 200 últimos años, desde la revolución industrial. El plan de Bali estaba basado en reducciones proporcionales a esta responsabilidad histórica. Durban ha liquidado este enfoque de equidad atmosférica, obligando a los países pobres, cuyos ciudadanos contribuyen relativamente poco a las emisiones de dióxido de carbono per cápita, a afrontar responsabilidades de reducción similares a los países ricos.

Además, poco se ha avanzado en Durban en uno de los principales objetivos de los acuerdos previos: una especie de fondo para ayudar a los países en desarrollo, no solo a adaptarse a los desastrosos efectos del cambio climático, sino también para ayudarles a mitigar sus emisiones gracias a la transferencia de tecnologías verdes. Ciertamente, se ha establecido en Durban un Fondo Verde del Clima (GCF, por sus siglas en inglés), pero no es más que una cáscara vacía. Tal como se ha constituido, el GCF depende de las donaciones voluntarias de los países ricos. No hace falta un meteorólogo para saber de dónde va a soplar el viento en este asunto. ¿Recuerdan los 100.000 millones de dólares prometidos por Hillary Clinton hace dos años en Copenhague y que todavía no se han materializado? Además, el sector privado puede acceder al GCF, tal como se dice expresamente, lo que significa que grandes corporaciones multinacionales podrán recibir dinero para reducir sus emisiones tóxicas y financiar, así, sus grandes e inútiles proyectos como las plantaciones de eucaliptos.

Finalmente, la Plataforma de Durban mantiene lo dispuesto en el Protocolo de Kioto sobre el comercio de dióxido de carbono. Probablemente, esta es la principal razón de los esfuerzos de la UE en la cumbre, que muchos han considerado erróneamente como heroicos. El Sistema Europeo de Comercio de Derechos de Emisión (ETS, por sus siglas en inglés) depende del mantenimiento de los precios del carbono en unos niveles que hagan atractivas las reducciones, pero el hecho es que esos precios están cayendo drásticamente.

A pesar de esta lúgubre realidad de los esfuerzos dirigidos a mercantilizar la naturaleza, Durban desplegó nuevos mecanismos para comprar y vender medio ambiente. Las nuevas disposiciones acordadas en Durban para compensar el carbono del suelo permiten, o prometen permitir, que las corporaciones contaminantes puedan seguir contaminando a cambio de pagar a otras corporaciones para que establezcan grandes granjas (cuyo suelo teóricamente absorbe el carbono) en países pobres, añadiendo otro factor al ya endémico desplazamiento de campesinos en todo el mundo.

El día anterior al inicio de la cumbre, unas inundaciones azotaron la ciudad de Durban, matando a seis personas y dejando a cientos sin hogar. Como mostraron estas inundaciones, así como catástrofes como la del huracán Katrina en EEUU, son los pobres —las personas que menos responsabilidades tienen en el cambio climático— los más vulnerables a los desastres naturales inducidos por la contaminación. Desde el Cuerno de África a Filipinas y la pequeña isla-estado de Tuvalu, cientos de millones de personas ya están sufriendo las consecuencias de un cambio climático que ellas no causaron.

Aunque las organizaciones que representan a esta mayoría global estuvieron presentes en Durban, sus voces no son todavía lo bastante fuertes para prevalecer sobre el pensamiento de los poderosos, basado en la avaricia a corto plazo. Enfrentados al apartheid climático de Durban, debemos redoblar nuestros esfuerzos para organizar a la mayoría planetaria en la lucha por un enfoque justo y equitativo del cambio climático. Como dicen en Sudáfrica, en el lema cantado que protagonizó las luchas contra el apartheid, "Amandla! Awethu!" (Poder al Pueblo).



Ashley Dawson es profesor de inglés del Centro de Graduados de la Universidad de Nueva York. Es autor de Mongrel Nation: Diasporic Culture and the Making of Post-Colonial Britain y coautor, con Malini Johar Schueller, de Exceptional State: Contemporary US Culture and the New Imperialism. Tiene un sitio web en ashleydawson.info.

Traducción: Javier Villate

Comentarios