Volver a Uzbekistán

Justin Raimondo

Publicado originalmente en: Back to Uzbekistan, Antiwar.com, 31/10/2011



Crece la persecución religiosa en Uzbekistán.


Puede que Herman Cain no sepa quién es el presidente de Uzbeki-beki-stan-stan, ni le importe, pero el gobierno de EEUU seguramente sí. Cuando la ruta de suministros al Afganistán ocupado a través de Pakistán se está volviendo cada vez más problemática, EEUU está inclinándose por lo que denomina la "Red de Distribución del Norte" (NDN, en sus siglas en inglés) con el fin de asegurar la viabilidad de su avanzadilla imperial en Asia Central. El eslabón clave en esta red es Islam Karimov, el dictador de la ex república soviética y asesino, cuyo récord en violaciones de los derechos humanos está a la altura de Tamerlán, el conquistador mongol a quien Colin Wilson llamó acertadamente "el sádico más espectacular de la historia del mundo".

Desde su capital en Samarkanda, en el actual Uzbekistán, los ejércitos de Tamerlán abrieron una ruta de muerte y destrucción sin precedentes por su ferocidad asesina: cuando tomaron Zirih, en Turquía, ordenó la captura y decapitación de 5.000 prisioneros, y sus cabezas fueron arrojadas a una enorme pila piramidal en la plaza de la ciudad. Sin embargo, en el Uzbekistán de Karimov, donde la figura de Tamerlán ha sido rehabilitada, este es considerado por el gobierno como un héroe y un icono del orgullo nacional. En palabras inscritas en los muros del museo de Tashkent, Karimov ensalza a este destacado asesino:

Si alguien quiere entender quiénes son los uzbekos, si alguien quiere comprender todo el poder, la fuerza, la justicia y las capacidades ilimitadas del pueblo uzbeko, su contribución al desarrollo global, su fe en el futuro, debe recordar la figura de Tamerlán.

Si alguien quiere entender quién, y qué, es Karimov, solo tiene que echar una mirada al registro de salvajismo que rivaliza con Tamerlán: represión a gran escala, asesinato y encarcelamiento de opositores políticos —hay pruebas documentadas de que algunos presos han sido hervidos vivos—, masacre de miles de manifestantes desarmados en Andiyán en 2005, donde las tropas uzbekas dispararon contra la multitud.

La reacción de Washington fue, al principio, el silencio, pero incluso el Departamento de Estado de Bush se vio obligado a reconocer que algo estaba podrido en el estado de Uzbekistán, y recomendó cortar la ayuda militar. Sin embargo, la ayuda continuó disfrazada de "guerra contra el terror" y, ahora, la administración Obama está presionando exitosamente al Congreso para que levante las sanciones y permita que la ayuda fluya sin problemas. Hace poco, el presidente llamó personalmente a Karimov para felicitarle en el aniversario de la independencia de Uzbekistán, el mismo día que varias organizaciones de derechos humanos enviaron una carta de protesta por las buenas relaciones de la administración con Tashkent.

En un reciente viaje a Uzbekistán, la secretaria de estado Hillary Clinton visitó una fábrica de automóviles, en la que cantó las alabanzas de la "asociación" entre la empresa de automóviles uzbeka de propiedad estatal y la General Motors:

Para nosotros, es prioritario las empresas compartidas como esta planta. Fue diseñada por ingenieros y arquitectos uzbekos y estadounidenses trabajando juntos. Fue construida de forma medioambientalmente responsable para la comunidad local. De hecho, la tecnología de purificación de agua de GM garantizará que el agua sea más limpia cuando salga de la factoría que cuando entró en ella.

Los procesos globales de fabricación de GM serán llevados a cabo por expertos trabajadores uzbekos, que utilizarán componentes de origen local, añadiendo más de mil nuevos puestos de trabajo para los uzbekos. Y el uso de maquinaria y tecnología estadounidenses, así como los ingresos generados por la producción anual de más de 225.000 motores, también ofrecerán puestos de trabajo en EEUU para los norteamericanos.

Esta tecnología "verde" subcontrata en el extranjero —¡a expensas de los contribuyentes!—, con un completo desprecio por la decencia humana: en esa misma planta, los trabajadores son reclutados a la fuerza para recolectar algodón para pequeñas empresas que pagan al estado impuestos muy elevados. Los trabajadores de las grandes empresas industriales, todos los estudiantes universitarios e incluso niños de todo Uzbekistán son secuestrados como si fueran cuadrillas de presos realizando trabajos forzados. Esta es un nuevo rasgo de la política exterior de EEUU: no exportamos "democracia", exportamos capitalismo clientelista (crony capitalism).

Aunque esto no sea totalmente nuevo, el descaro con el que está ocurriendo en Uzbekistán puede representar un hito. Una reciente solicitud de documentos, realizada al amparo de la ley de libertad de información (FOIA), referentes a las compañías que se encargan de los transportes de combustibles en la NDN, reveló lo siguiente:

El corredor uzbeko-afgano de la Red de Distribución del Norte (NDN) es una ciénaga de ineficiencia, arbitrariedad y pagos "informales". En documentos obtenidos de acuerdo con la Ley de Libertad de Información (FOIA), algunos entrevistados por el Pentágono hicieron duros comentarios sobre las graves demoras en la frontera uzbeko-afgana, y uno de ellos —un importante socio de USAID en Afganistán— dijo que "podría ser necesario" pagar corruptelas "para que las cosas funcionen".

Sin una conexión con Zeromax, una entidad empresarial de varios tentáculos controlada por Gulnara Karimova, hija del dictador uzbeko, de 39 años, es prácticamente imposible que un cargamento pase la aduana uzbeka y entre en Afganistán. De hecho, el control férreo de la economía del país por parte de la "primera hija" fue reconocido tardíamente por el régimen, que ha "disuelto" la compañía, aunque su enorme riqueza sigue firmemente en las garras de la familia, en particular de Karimova. Algunos diplomáticos norteamericanos han dicho que la atractiva Karimova (muy maquillada y quizá con importantes retoques quirúrgicos), que tiene su propia línea de ropa de alta costura, es "la persona más odiada del país" y ha mangoneado para conseguir una parte de prácticamente todos los negocios lucrativos del país, por lo cual es vista, siguieron diciendo, como una "capitalista sin escrúpulos".

Esta versión centroasiática de Imelda Marcos se está embolsando los sobornos pagados por los contribuyentes estadounidenses —y está manteniendo a las tropas norteamericanas en Afganistán como rehenes de su avaricia sin límites—. Afirma no tener relación con Zeromax y niega tener intereses financieros en ninguna de las compañías subsidiadas por el estado con las que está asociada, alegando que estas son propiedades de sus "amigos" y su familia. Su fortuna está valorada en 391 millones de euros: vive en una mansión de 22 millones de euros, en Ginebra, según ha señalado L'Hebdo, que citaba a un funcionario local, para quien "cualquier persona razonable tiene que preguntarse de dónde ha salido todo ese dinero".

Además del sudor de la frente de los uzbekos oprimidos, ese dinero ha salido de los contribuyentes norteamericanos, cuyo dinero está siendo enviado al extranjero para pagar sobornos que terminan en los bolsillos de la Princesa Gulnara, mientras retoza con Sting. La antigua estrella del rock fue convencida, con unos dos millones de libras esterlinas, para que ofreciera un concierto en Uzbekistán para ella y sus invitados, un espectáculo que estuvo al mismo nivel que el infame concierto de Año Nuevo de Beyoncé, que se embolsó 0,72 millones de euros, para Hannibal, hijo de Gadafi.

La convergencia entre Sting, el defensor "humanitario" de la selva tropical brasileña, y un régimen comparable al infierno orwelliano de Corea del Norte podría parecer extraña a primera vista, pero uno ya se ha familiarizado con historias aún más insólitas del club de fans norteamericanos del régimen de Karimov.

Antes de la masacre de Andiyán, Karimov tenía un activo grupo de presión entre los neoconservadores, con el excéntrico Stephen 'Suleiman' Schwartz, alias 'Camarada Sandalio', actuando como un equipo de propaganda de un solo hombre para Uzbekistán. En un artículo tras otro, publicados en el Weekly Standard y otros, el régimen represivo de Karimov fue presentado como un modelo para la región, sobre todo cuando se trata de la brutal represión de cualquier expresión del Islam diferente de la sufí autorizada por el estado. Schwartz, cuya conversión al sufismo fue precedida por su anterior metamorfosis desde el trotskismo al neoconservadurismo —de ahí los diferentes cambios de nombre—, fue especialmente cautivado por este aspecto del puño de hierro del dictador.

Sin embargo, ni siquiera el camaleónico Schwartz y sus editores neocons pudieron negar el verdadero carácter de su "modelo" uzbeko, no, al menos, con la sangre de miles de manifestantes todavía en las manos de Karimov. Para ellos, matar y torturar en secreto estaba bien, pero la exhibición pública de sadismo al estilo de Tamerlán no era kosher [autorizado por la ley judía, N. del T.]. Kristol y Schwartz escribieron una tardía retractación de su apoyo. Sting no tiene cerebro para hacer lo mismo, y tampoco la administración Obama.

Con todo ese dinero flotando por ahí, el grupo de presión uzbeko tiene una gran influencia entre los políticos de Washington, la suficiente para conseguir que el comité de Apropiaciones del Senado eliminara una cláusula sobre el respeto de los derechos humanos en una ley que autoriza la ayuda militar al régimen de Karimov. El senador Lindsey Graham, el cruzado contra el "aislacionismo" en las filas republicanas, realizó una visita personal a Uzbekistán para asegurar al tirano neocomunista que no dejaríamos que una ridícula cláusula sobre "derechos humanos" se interpusiera en el camino del dinero. Preguntado por un representante de Human Rights Watch cómo encaja su respaldo a la exención de la cláusula con su supuesto apoyo a la democracia en el extranjero, Graham dijo que era uno de los dos senadores que había viajado a Uzbekistán para reunirse con las víctimas de Andiyán, como si esto le absolviera, de alguna forma, en lugar de hacer su complicidad aún más reprobable. Siguió diciendo:

Seis años después voy allí. Soy el primer miembro del Congreso que ha ido a Uzbekistán desde 2005. Me reuní con el presidente. La razón de que fuera es que la administración me lo pidió. Llevé una carta de Leon Panetta. Llevé una carta del general Petraeus, que era entonces general, ahora director de la CIA. El general Allen me pidió que instara al Congreso para que concediera una exención de la cláusula [de derechos humanos]...

En los últimos seis años, las cosas... tengo una visión un poco diferente. Hay abusos de los derechos humanos, pero quieren volver a la comunidad internacional. Necesitamos una ruta de transporte en el norte, Si la conseguimos y podemos llegar a un nuevo acuerdo con el gobierno de Uzbekistán, podríamos reducir el transporte por Pakistán en un 50 por ciento.

Así que apoyo la exención. No soy partidario de eliminar la supervisión. Pero esta es una sabia decisión en el momento oportuno. Permitiría que Uzbekistán volviera a la comunidad internacional. Y permitiría, también, que apoyemos Afganistán con un nuevo aliado.

Esta es una idea alentadora. No creo que el gobierno de Uzbekistán hiciera esto si pensaran que estamos perdiendo. Pensemos en ello. Están dispuestos a ayudarnos en Afganistán de una forma sin precedentes. Eso significa que quieren volver al juego. Y significa que ven que las cosas están cambiando en Afganistán.

La descarada inmoralidad de Graham es asombrosa. Según él, los uzbekos están impresionados por nuestra destreza en la creación de una cleptocracia afgana, lo cual significa que debemos de estar ganando en Afganistán. Como recompensa por darnos ese acceso, Graham quiere ofrecer a Karimov una "asociación" con Hamid Karzai, su colega cleptócrata al otro lado de las montañas. Ahora, si la administración Obama es capaz de persuadir al gobierno de, por ejemplo, Turkmenistán —otro país centroasiático gobernado por una familia— para que se una al bloque de aliados de EEUU, habremos creado un Eje de Ladrones.

El "juego" que Graham y sus compañeros están jugando en Asia Central no es solo moralmente reprobable, sino que nos está preparando para un terrible aterrizaje en la región. Como ha dicho Maria MacFarland, investigadora de Human Rights Watch, en una reunión del Consejo de Relaciones Exteriores:

Uzbekistán es uno de los gobiernos más represivos de la región. Es brutal. Tiene una población que lo odia. Está hundido. No puede durar. El presidente Karimov está ya viejo. No hay ningún plan de sucesión. ¿Qué va a suceder en unos pocos años, cuando haya una población furiosa que crea que EEUU proporcionó ayuda militar y apoyo político al gobierno?

Oh, no nos preocupemos. Entonces enviaremos a los marines a imponer el "orden" y llevar los beneficios de la "democracia" a esa ignorante región. Quizás incluso hagamos progresos e inventemos otra "revolución de colores", como hicimos en la vecina Kirguizistán (un esfuerzo, por cierto, que nos explotó en la cara).

Cuando Hillary visitó la planta de automóviles uzbeka, el juicio de Hosni Mubarak avanzaba a trancas y barrancas y uno de los hijos de Gadafi estaba buscando algún arreglo para poder entregarse a la Corte Penal Internacional. El astuto Karimov, que no se abrió camino en la pirámide del viejo Partido Comunista de la Unión Soviética y sobrevivió a su colapso porque fuera un alma confiada, está apostando duro con Washington... y ganando.

Traducción: Javier Villate

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