Siria: mediación o guerra civil
Jonathan Steele
Publicado originalmente en: Syria needs mediation, not a push into all-out civil war, The Guardian, 17/11/2011
Siria se encuentra al borde de la guerra civil y la Liga Árabe parece que ha decidido alentarla imprudentemente. Las cosas están feas. Catar y Arabia Saudí, los halcones del Golfo, se han sumado al normalmente moderado rey Abdulá de Jordania para apoyar a los opositores del régimen de Asad.
Donde el sentido común dicta que los gobiernos árabes deberían tratar de mediar entre el régimen y la oposición, por el contrario han decidido humillar al gobierno sirio suspendiendo su participación en la Liga Árabe.
No es una casualidad que entre los miembros de la Liga Árabe que votaron en contra de esa decisión estuvieran Argelia, Líbano e Irak. Los tres han sufrido la violencia sectaria y los horrores de la guerra civil. Líbano e Irak, en concreto, están muy interesados en evitar el derramamiento de sangre en Siria. Temen que esto provocara la huida de grandes cantidades de refugiados hacia sus fronteras.
Pero esa guerra civil ya ha empezado. La imagen de un régimen disparando contra manifestantes desarmados, que fue correcta en marzo y abril de este año, se ha quedado anticuada. El denominado Ejército Sirio Libre no oculta ya el hecho de que está combatiendo a las fuerzas gubernamentales y matando policías y soldados, operando desde refugios seguros al otro lado de las fronteras sirias. Si se fortalece, la incipiente guerra civil podría tomar un giro aún más abiertamente sectario, y crecería el riesgo de pogromos contra comunidades rivales.
Los suníes moderados de Siria están preocupados por el creciente activismo de la Hermandad Musulmana y los salafistas, que se han situado en la vanguardia de la oposición. Las grandes manifestaciones a favor del régimen que han tenido lugar en Damasco y Alepo la semana pasada, no pueden ser desestimadas simplemente como multitudes que fueron intimidadas o amenazadas con la pérdida de sus empleos si no se unían a los eventos.
Mientras tanto, la gran minoría cristiana de Siria está atemorizada, temiendo compartir el destino de los cristianos iraquíes, que fueron obligados a huir cuando los asesinatos sectarios intensificaron la importancia de las identidades religiosas de los ciudadanos y empezaron a abrumar a los no musulmanes. En el norte de Siria, los kurdos están también nerviosos por el futuro. A pesar de la ancestral negativa del régimen a aceptar la mayor parte de sus derechos nacionales, la mayoría teme más a la Hermandad Musulmana.
El régimen de Asad ha cometido un error tras otro. Aturdido por las primeras protestas en primavera, recurrió muy rápidamente a la fuerza. Impidió el acceso de los medios de comunicación internacionales y censuró su propia prensa y televisión, dejando el campo libre a los rumores, las exageraciones y las distorsiones de imágenes subidas a YouTube. Sus ofertas de diálogo con la oposición fueron dubitativas y no parecían sinceras. Los recientes ataques contra embajadas árabes en Damasco fueron una estupidez.
En consecuencia, la situación se ha polarizado cada vez más. El régimen denuncia a la oposición con sede en el extranjero, el Consejo Nacional Sirio que se ha creado el mes pasado, como una marioneta de gobiernos extranjeros. Por su parte, el consejo se niega a hablar con el régimen, insistiendo en que Asad debe irse. Ya ha pedido la creación de una zona de exclusión aérea y una intervención extranjera según el modelo libio, todo lo cual parece alentar la guerra civil. La oposición interna no ha ido tan lejos, pero puede verse arrastrada en esa dirección si la situación continúa agravándose.
Lo que ahora se necesita es una mediación internacional antes de que sea demasiado tarde, con un plan para una transición democrática que contenga garantías de estatus y protección para todas las minorías, incluyendo a los alauitas de los que forma parte la elite gobernante. El riesgo de una toma del poder vengativa por parte de la mayoría suní es muy elevado.
Exigir la retirada de la familia de Asad es contraproducente, a menos que se ofrezca una amnistía. ¿Por qué habrían de ceder el poder pacíficamente cuando existen los precedentes de Mubarak (juicio y encarcelamiento) y Gadafi (linchamiento)? Al menos, la Corte Penal Internacional no se ha pronunciado hasta el momento, lo cual podría hacer que la crisis se agravara aún más.
Hubo indicios en la reunión de la Liga Árabe en Rabat de que la organización podía tener segundas intenciones con su rápida suspensión de Siria el sábado pasado. La decisión fue inconstitucional, porque solo una cumbre de líderes árabes puede proponer la suspensión de un país miembro, y esta demanda debe ser unánime. Ahora, la Liga ha retrasado su implementación. Ha dado a Siria tres días para aceptar observadores civiles y militares que supervisen la situación.
Si eso llegara a convertirse en un serio esfuerzo de mediación, mucho mejor. El mejor modelo es el acuerdo que dio por terminada la guerra civil en el Líbano, al que se llegó después de las conversaciones de Taif, en Arabia Saudí, en 1989. Aunque el acuerdo fue negociado por los diferentes partidos y grupos de interés libaneses, la mediación y el apoyo saudíes fueron importantes.
Es dudoso que Arabia Saudí pueda jugar hoy un papel similar. Apoyada por la administración Obama, la monarquía saudí parece empeñada en una misión anti-iraní, en la cual el derrocamiento del régimen sirio es visto como una operación que debilitaría a Teherán. Los saudíes y los norteamericanos están trabajando estrechamente con las fuerzas suníes de Saad Hariri en Beirut, que siguen resentidas por la pérdida del control del gobierno libanés esta primavera.
Turquía intentó mediar este verano, pero sus gestiones fueron consideradas por el régimen de Asad como un engaño, ya que Turquía estaba ayudando, al mismo tiempo, a la oposición siria a organizarse en Estambul. Dividido entre el deseo de mantener buenas relaciones con su vecino Irán, así como con los regímenes árabes suníes, Turquía se ha inclinado hacia el bando anti-Asad. Tal vez las presiones de EEUU y la renovada voluntad de Washington de hacer la vista gorda ante las incursiones militares turcas contra las bases de la guerrilla kurda en el norte de Irak, hayan jugado un papel importante.
En teoría, la ONU podría mediar, pero sus esfuerzos para negociar el fin de la guerra civil en Libia no tuvieron el apoyo de los miembros occidentales del Consejo de Seguridad. Con su postura anti-Asad y contraria a una amnistía, parece que no está dispuesta a buscar la paz en Siria. Solo Rusia ha tenido la sabiduría de apoyar el diálogo y enviar un enérgico mensaje en ese sentido cuando los opositores sirios visitaron Moscú.
La Liga Árabe podría, aún, designar un grupo de eminentes personalidades árabes independientes para que escuchen a todas las partes de la crisis siria y busquen un "nuevo Taif". El equipo tendría que tener entre sus miembros a suníes y chiíes. Pero antes de esto, la Liga Árabe debería rechazar la histeria anti-iraní que EEUU, Israel y Arabia Saudí están promoviendo en la región. El abismo de una guerra civil total en Siria es mucho más real. Y está muy cerca.
Traducción: Javier Villate
Publicado originalmente en: Syria needs mediation, not a push into all-out civil war, The Guardian, 17/11/2011
Siria se encuentra al borde de la guerra civil y la Liga Árabe parece que ha decidido alentarla imprudentemente. Las cosas están feas. Catar y Arabia Saudí, los halcones del Golfo, se han sumado al normalmente moderado rey Abdulá de Jordania para apoyar a los opositores del régimen de Asad.
Donde el sentido común dicta que los gobiernos árabes deberían tratar de mediar entre el régimen y la oposición, por el contrario han decidido humillar al gobierno sirio suspendiendo su participación en la Liga Árabe.
No es una casualidad que entre los miembros de la Liga Árabe que votaron en contra de esa decisión estuvieran Argelia, Líbano e Irak. Los tres han sufrido la violencia sectaria y los horrores de la guerra civil. Líbano e Irak, en concreto, están muy interesados en evitar el derramamiento de sangre en Siria. Temen que esto provocara la huida de grandes cantidades de refugiados hacia sus fronteras.
Pero esa guerra civil ya ha empezado. La imagen de un régimen disparando contra manifestantes desarmados, que fue correcta en marzo y abril de este año, se ha quedado anticuada. El denominado Ejército Sirio Libre no oculta ya el hecho de que está combatiendo a las fuerzas gubernamentales y matando policías y soldados, operando desde refugios seguros al otro lado de las fronteras sirias. Si se fortalece, la incipiente guerra civil podría tomar un giro aún más abiertamente sectario, y crecería el riesgo de pogromos contra comunidades rivales.
Los suníes moderados de Siria están preocupados por el creciente activismo de la Hermandad Musulmana y los salafistas, que se han situado en la vanguardia de la oposición. Las grandes manifestaciones a favor del régimen que han tenido lugar en Damasco y Alepo la semana pasada, no pueden ser desestimadas simplemente como multitudes que fueron intimidadas o amenazadas con la pérdida de sus empleos si no se unían a los eventos.
Mientras tanto, la gran minoría cristiana de Siria está atemorizada, temiendo compartir el destino de los cristianos iraquíes, que fueron obligados a huir cuando los asesinatos sectarios intensificaron la importancia de las identidades religiosas de los ciudadanos y empezaron a abrumar a los no musulmanes. En el norte de Siria, los kurdos están también nerviosos por el futuro. A pesar de la ancestral negativa del régimen a aceptar la mayor parte de sus derechos nacionales, la mayoría teme más a la Hermandad Musulmana.
El régimen de Asad ha cometido un error tras otro. Aturdido por las primeras protestas en primavera, recurrió muy rápidamente a la fuerza. Impidió el acceso de los medios de comunicación internacionales y censuró su propia prensa y televisión, dejando el campo libre a los rumores, las exageraciones y las distorsiones de imágenes subidas a YouTube. Sus ofertas de diálogo con la oposición fueron dubitativas y no parecían sinceras. Los recientes ataques contra embajadas árabes en Damasco fueron una estupidez.
En consecuencia, la situación se ha polarizado cada vez más. El régimen denuncia a la oposición con sede en el extranjero, el Consejo Nacional Sirio que se ha creado el mes pasado, como una marioneta de gobiernos extranjeros. Por su parte, el consejo se niega a hablar con el régimen, insistiendo en que Asad debe irse. Ya ha pedido la creación de una zona de exclusión aérea y una intervención extranjera según el modelo libio, todo lo cual parece alentar la guerra civil. La oposición interna no ha ido tan lejos, pero puede verse arrastrada en esa dirección si la situación continúa agravándose.
Lo que ahora se necesita es una mediación internacional antes de que sea demasiado tarde, con un plan para una transición democrática que contenga garantías de estatus y protección para todas las minorías, incluyendo a los alauitas de los que forma parte la elite gobernante. El riesgo de una toma del poder vengativa por parte de la mayoría suní es muy elevado.
Exigir la retirada de la familia de Asad es contraproducente, a menos que se ofrezca una amnistía. ¿Por qué habrían de ceder el poder pacíficamente cuando existen los precedentes de Mubarak (juicio y encarcelamiento) y Gadafi (linchamiento)? Al menos, la Corte Penal Internacional no se ha pronunciado hasta el momento, lo cual podría hacer que la crisis se agravara aún más.
Hubo indicios en la reunión de la Liga Árabe en Rabat de que la organización podía tener segundas intenciones con su rápida suspensión de Siria el sábado pasado. La decisión fue inconstitucional, porque solo una cumbre de líderes árabes puede proponer la suspensión de un país miembro, y esta demanda debe ser unánime. Ahora, la Liga ha retrasado su implementación. Ha dado a Siria tres días para aceptar observadores civiles y militares que supervisen la situación.
Si eso llegara a convertirse en un serio esfuerzo de mediación, mucho mejor. El mejor modelo es el acuerdo que dio por terminada la guerra civil en el Líbano, al que se llegó después de las conversaciones de Taif, en Arabia Saudí, en 1989. Aunque el acuerdo fue negociado por los diferentes partidos y grupos de interés libaneses, la mediación y el apoyo saudíes fueron importantes.
Es dudoso que Arabia Saudí pueda jugar hoy un papel similar. Apoyada por la administración Obama, la monarquía saudí parece empeñada en una misión anti-iraní, en la cual el derrocamiento del régimen sirio es visto como una operación que debilitaría a Teherán. Los saudíes y los norteamericanos están trabajando estrechamente con las fuerzas suníes de Saad Hariri en Beirut, que siguen resentidas por la pérdida del control del gobierno libanés esta primavera.
Turquía intentó mediar este verano, pero sus gestiones fueron consideradas por el régimen de Asad como un engaño, ya que Turquía estaba ayudando, al mismo tiempo, a la oposición siria a organizarse en Estambul. Dividido entre el deseo de mantener buenas relaciones con su vecino Irán, así como con los regímenes árabes suníes, Turquía se ha inclinado hacia el bando anti-Asad. Tal vez las presiones de EEUU y la renovada voluntad de Washington de hacer la vista gorda ante las incursiones militares turcas contra las bases de la guerrilla kurda en el norte de Irak, hayan jugado un papel importante.
En teoría, la ONU podría mediar, pero sus esfuerzos para negociar el fin de la guerra civil en Libia no tuvieron el apoyo de los miembros occidentales del Consejo de Seguridad. Con su postura anti-Asad y contraria a una amnistía, parece que no está dispuesta a buscar la paz en Siria. Solo Rusia ha tenido la sabiduría de apoyar el diálogo y enviar un enérgico mensaje en ese sentido cuando los opositores sirios visitaron Moscú.
La Liga Árabe podría, aún, designar un grupo de eminentes personalidades árabes independientes para que escuchen a todas las partes de la crisis siria y busquen un "nuevo Taif". El equipo tendría que tener entre sus miembros a suníes y chiíes. Pero antes de esto, la Liga Árabe debería rechazar la histeria anti-iraní que EEUU, Israel y Arabia Saudí están promoviendo en la región. El abismo de una guerra civil total en Siria es mucho más real. Y está muy cerca.
Traducción: Javier Villate
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