No hay nada idealista en la solución de un estado

Jonathan Cook

Publicado originalmente en: There’s Nothing Idealistic About the One-State Solution, Counterpunch, 8/11/2011

Este artículo de Jonathan Cook es una réplica al de Michael Neumann, "Sobre la propuesta de un estado palestino", que publicamos ayer.



Esta es al menos la tercera vez en los últimos cuatro años que el profesor de filosofía Michael Neumann ha utilizado estas páginas para fustigar a los partidarios de la solución de un estado en el conflicto israelo-palestino. En las tres ocasiones ha ofrecido alguna idea más de por qué critica de forma tan vehemente lo que califica como "falsas ilusiones" de quienes se oponen —o, al menos, dejan por imposible— la solución de dos estados.

En su ensayo más reciente, Neumann sugiere que su anterior reticencia a ser más directo fue un asunto de "cortesía". Bueno, por mi parte, me hubiera gustado que el profesor hubiera sido más sincero desde el principio. Eso nos habría ahorrado mucho tiempo y esfuerzos.

Aunque me he identificado como partidario de la solución de un estado, estoy de acuerdo con Neumann en muchas de las cosas que ha escrito en esta ocasión. Como él, no creo que una solución, o resolución, determinada vaya a ocurrir por el hecho de que los palestinos o sus simpatizantes argumenten moralmente en su favor. El éxito de los palestinos llegará cuando un amplio abanico de desarrollos regionales obliguen a Israel a convencerse de que su actual conducta es insostenible.

Hay un montón de señales de que ese cambio de relaciones de poder está empezando a desarrollarse en Oriente Medio: el posible desarrollo de una ojiva nuclear en Irán; el despertar de las fuerzas democráticas en Egipto y otras partes; el desgaste de la vital y duradera alianza militar entre Israel y Turquía; la exasperación de Arabia Saudí ante la intransigencia de Israel; la creciente sofisticación militar de Hezbolá, y el completo descrédito del papel de EEUU en la región.

Neumann se equivoca al suponer que uno tiene que ser un idealista —creyendo en el equivalente político de los cuentos de hadas— para concluir que la solución de un estado es inminente. No tiene que ser simplemente un caso de buenos deseos. Al contrario, argumentaré que es probablemente una descripción realista del giro de los acontecimientos en la próxima década o más.

Aunque Neumann y yo estamos de acuerdo en las causas de un cambio de dirección israelí, su análisis y el mío divergen sobre lo que sucederá después de que Israel se dé cuenta de que su ocupación es demasiado costosa para mantenerla.

Neumann propone que, una vez acorralado por las fuerzas regionales a las que ya no puede seguir intimidando o atemorizando, Israel tendrá que conceder lo que califica como "verdadera" solución de dos estados. No explica lo que implicaría esa solución, pero insiste en que ella, y solo ella, debe tener lugar. Así que déjenme ayudarles con un esbozo de los requerimientos aparentemente mínimos de una solución de dos estados:

  • Israel se compromete a retirar su medio millón de colonos de Cisjordania y Jerusalén este, presumiblemente concediéndoles una lujosa compensación procedente de la comunidad internacional;
  • Israel entrega todo Jerusalén Este a los palestinos, mientras que los santos lugares de la ciudad, incluyendo el Muro de las Lamentaciones, pasan a un organismo administrador con representación de la comunidad internacional;
  • los palestinos obtienen un estado en el 22 por ciento de la Palestina histórica, con su capital en Jerusalén Este;
  • los palestinos son libres de crear un ejército, presumiblemente con la ayuda de Irán o Arabia Saudí;
  • los palestinos toman el control de su espacio aéreo y del espectro electromagnético. Si son sensatos, acudirán rápidamente a Hezbolá para que les aconseje sobre la forma de neutralizar las operaciones de espionaje israelíes, los vuelos de los aviones teledirigidos y los puestos de escuchas situados en toda Cisjordania;
  • los palestinos consiguen acceder sin restricciones a sus nuevas fronteras con Jordania y, más allá, con otros estados árabes;
  • los palestinos obtienen el acceso a una parte equitativa de los recursos hídricos de los principales acuíferos de Cisjordania, que actualmente suministran a Israel la mayor parte de su agua, y
  • los palestinos tienen, como se prometió en los Acuerdos de Oslo, una vía de comunicación que conecta Cisjordania y la Franja de Gaza a través de Israel.

Dejemos de lado los problemas sociales que este arreglo causaría a Israel: los enormes trastornos creados por medio millón de colonos airados y sin hogar en su retorno a Israel, así como el dramático empeoramiento de la ya severa crisis de viviendas que existe en Israel y el rápido deterioro de las relaciones con la gran minoría palestina que vive en Israel.

Tampoco insistamos en los problemas con que se enfrentarían los palestinos, como los cientos de miles de refugiados que tendrían que ser absorbidos en el limitado espacio de Cisjordania y la Franja de Gaza, pobres en recursos, o su probable enojo por lo que considerarían una traición, o los inevitables problemas económicos de este micro-estado.

Sin duda, todos estos temas pueden ser abordados en un acuerdo de paz.

En sus ensayos, Neumann solo toma en cuenta lo que los israelíes están dispuestos a aceptar como una solución. Así que vamos a pasar por alto también el "idealismo" de esos críticos que están preocupados por el hecho de que una "verdadera solución de dos estados" pueda llegar a funcionar para los palestinos normales.

El presupuesto de Neumann es que, frente a un rápido aumento de los costos políticos y financieros de la ocupación, los israelíes descubrirán un día que no tienen más remedio que deshacerse de ella.

Ofrece nueve razones por las que la solución de un estado es "flagrantemente absurda". Aunque son numéricamente impresionantes, la mayoría de estas razones —tales como su discusión del derecho al retorno, o la representatividad de un gobierno palestino, o la naturaleza de sus derechos legales y morales— parecen tener poco o ningún efecto en la práctica, sea a favor o en contra de un estado. Lo mismo puede decirse de su adscripción al pecado de idealismo de aquellos que agrupa en el campo de los partidarios de un estado y de su alusión, una vez más, a la vaga fórmula de una "verdadera solución de dos estados".

Sus otros tres argumentos no son más reveladores. De hecho, son variaciones de la misma idea, que puede resumirse en una analogía que él mismo ofrece: "Si gano 50.000 dólares, podría pedir 70.000, pero no 70 millones. No es inteligente demandar todo Israel cuando Israel no va a ceder ni siquiera la mitad, que es lo que el mundo entero dice que debe entregar, es decir, los territorios ocupados".

No soy profesor de lógica, pero algo en esta analogía suena a hueco. Probemos con otra que sea más cercana a la realidad de nuestro caso.

Un día llegas a mi casa y te apoderas de la mayor parte del edificio utilizando la fuerza. Poco tiempo después, me echas totalmente de la casa y, en lo que consideras una generosa concesión, me dejas vivir en el cobertizo que hay al final del jardín. Con los años, nos volvemos enemigos acérrimos. Los vecinos, mis antiguos amigos, no pueden seguir cerrando los ojos a mi miserable condición y deciden ponerse de mi lado contra ti. Un día vienen a tu puerta y te amenazan con emplear la violencia contra ti si no me dejas volver a mi casa.

¿Qué pasa a continuación?

Como señala Neumann, todo puede terminar felizmente cuando aceptas que yo viva en el trastero. Pero puede que no.

Sintiendo que se han invertido los papeles, podría decidir hacerte la vida insoportable en la parte principal de la casa con el fin de ganar más espacio o echarte. O podrías decidir que, dada tu nueva y precaria situación en el vecindario, sería mejor abandonar tus posesiones ganadas con malas artes y buscar otro sitio en el que vivir.

No soy partidario de tales analogías. Recurro a ella simplemente para subrayar que, si uno quiere utilizarlas, es preferible usar una que sea apropiada.

(Curiosamente, si seguimos esta analogía, también cuestiona la comparación preferida de Neumann de la ocupación israelí de los territorios palestinos con la ocupación francesa de Argelia. En este caso, Argelia parece ser el jardín más que la casa principal.)

El punto más importante es que no hay razón para suponer que, puesto que la ocupación es demasiado costosa, Israel puede limitarse a amputarla como si fuera un miembro podrido.

Parte de la debilidad del argumento de Neumann puede verse en sus reiteradas referencias a los colonos como un grupo de inadaptados problemáticos, en lugar de verlos como una parte sustancial tanto del gobierno israelí en la persona del ministro de Exteriores, como del alto mando del ejército israelí y de los servicios de seguridad, en la persona del actual jefe del Consejo de Seguridad Nacional.

Así mismo, Neumann caricaturiza el apoyo occidental a Israel como "histeria sionista" en el Congreso de EEUU, respaldada por "ridículos" compañeros de viaje como el gobierno canadiense. Ojalá el apoyo a Israel entre los gobiernos occidentales fuera tan trivial.

Estas distorsiones hacen que su argumento de que la ocupación es vulnerable parezca más fuerte de lo que realmente es. En realidad, la ocupación es mucho más que los asentamientos.

Es la industria del mesianismo, a cargo de los colonos, que se apoderó de Israel hace décadas. Su influencia se extiende mucho más allá de Cisjordania, hasta el ahora dominante sistema educativo religioso que está envenenando las mentes de los jóvenes, así como los seminarios donde los jóvenes religiosos que se entrenan para convertirse en oficiales del ejército son instruidos todos los días en su naturaleza de Pueblo Elegido y su derecho divino a exterminar a los palestinos.

Es el ultraortodoxo, con su ambivalencia hacia el sionismo y su salvaje sentido del derecho a recibir limosnas del estado. Tienen varias grandes comunidades urbanas en Cisjordania, hechas a la medida de su religiosa y separatista forma de vida. La gente que se amotina contra una parcela de aparcamiento que abre en Shabbat no se marchará fácilmente de sus casas, escuelas y sinagogas.

Es una gran y próspero sector inmobiliario israelí, que ha saqueado y robado tierra palestina durante décadas, y que parece implicar a cada nuevo primer ministro israelí en un escándalo de corrupción.

Es la agroindustria israelí, que depende del robo de tierras y recursos hídricos palestinos para su supervivencia.

Son los israelíes normales, dispuestos a luchar después de un verano de protestas sociales sin precedentes por el elevado coste de la vida en Israel, que tienen todavía que descubrir el verdadero precio de la fruta y los vegetales —y del agua corriente— si perdieran estos "subsidios" de agua.

Son las grandes y lucrativas empresas de alta tecnología militar, que dependen de los territorios ocupados como laboratorios para desarrollar y probar nuevos sistemas de armas y técnicas de vigilancia destinados a la exportación, a la venta a empresas de seguridad globales y a ejércitos modernos ávidos de tecnología.

Son los servicios de seguridad y de inteligencia israelíes, abundantemente dotados con los mismos ashkenazíes que llegarán a convertirse en líderes políticos del país tras sus carreras consistentes en vigilar y controlar a los palestinos bajo la ocupación.

Y es un ejército despilfarrador —la versión israelí de los pródigos banqueros de Occidente—, cuyos trabajos y juguetes letales dependen de la ilimitada generosidad de los contribuyentes estadounidenses.

Nada de esto será cedido a la ligera, o a un coste que parezca una miseria frente a los 2.000 millones de euros anuales que EEUU regala a Israel. Y esto es antes de que calculemos los enormes desembolsos necesarios para compensar a los refugiados palestinos y construir un estado palestino.

Pero estos problemas solo dejan entrever el argumento en favor de la solución de un estado. La realidad es que las elites que gobiernan Israel tienen mucho que perder si la ocupación termina. Esa es la razón por la que han invertido grandes esfuerzos en integrar los territorios ocupados en Israel e imposibilitar un "verdadero" acuerdo de paz. La ocupación y los negocios relacionados con ella son la fuente de su legitimidad moral, su supervivencia política y su enriquecimiento diario.

Esa es también la razón por la que están desesperados ante la perspectiva de que Irán adquiera un arsenal nuclear que pueda rivalizar con el suyo. En ese momento, la ocupación empezaría a expirar y su dominio se acabaría.

Si se dieran las condiciones regionales que Neumann cree necesarias para desalojar a Israel de los territorios ocupados, estas elites y sus adláteres ashkenazíes se enfrentarán con una dura elección: derribar la casa o dispersarse por aquellos países a los que sus pasaportes les dan entrada.

Pueden ir al escenario del día del juicio final, como algunos predicen. Pero yo creo que, una vez que las oportunidades de blanqueo de dinero que los políticos y generales han venido disfrutando hayan terminado, será más fácil y más seguro para ellos exportar sus conocimientos a otros lugares.

Atrás quedarán los israelíes normales (los rusos, la minoría palestina, los ultraortodoxos, los mizrahim) que nunca degustaron los verdaderos frutos de la ocupación y cuyo compromiso con el sionismo no es muy profundo.

Estos grupos —aislados, en gran parte antagónicos y sin una diáspora que ocupe el Congreso de EEUU para ayudarles— no tienen la experiencia, las ganas ni la legitimidad para mantener la fortaleza militar en la que se ha convertido Israel. Sin el cemento que mantiene a todos tras el proyecto sionista, los palestinos y los israelíes que permanezcan estarán interesados en encontrar auténticas soluciones al problema de vivir como vecinos.

El aspecto más extraño de las afirmaciones de Neumann contra los defensores de la solución de un estado —repetido en todos sus ensayos sobre este tema— es el argumento de que estos no solo tienen falsas ilusiones, sino que difunden una idea que es peligrosa, aunque nunca ha explicado en qué consiste este peligro.

Si, como argumenta Neumann, correctamente en mi opinión, Israel solo cambiará de política cuando tenga que enfrentarse con una presión importante por parte de sus vecinos, entonces el peor crimen del que puede acusarse a los defensores de un estado es aferrarse a un idealismo irrelevante.

Irán no descartará sus supuestas ambiciones nucleares simplemente porque los partidarios de un estado empiecen a hacer una convincente defensa moral de su causa, como tampoco Hezbolá dejará de acumular sus cohetes. ¿Por qué, entonces, está tan obsesionado con el argumento de un estado? Según sus cálculos, debería tener un impacto nulo en el progreso hacia la resolución del conflicto.

Sin embargo, incluso en los limitados términos de Neumann, uno puede argumentar seriamente que la defensa de un único estado podría producir beneficios para los palestinos.

Por lo menos, si un número creciente de palestinos y simpatizantes de todo el mundo se convencieran de que exigir una solución absolutamente justa (un estado) es el mejor camino, ¿no añadiría esto una presión adicional a las otras presiones materiales con que Israel se enfrenta para conceder una auténtica solución de dos estados, aunque solo fuera para evitar el peor destino de un único estado impuesto por sus vecinos?

Pero creo que podemos ir más allá si hacemos una defensa práctica de la solución de un estado.

Aunque la principal causa para un cambio de táctica de Israel será el alineamiento de las fuerzas regionales en su contra, un adicional pero importante factor será la emergencia de un clima política en el que los estados occidentales y sus ciudadanos se desilusionen cada vez más con la mala fe de Israel. El apoyo del Congreso no se paga con histeria, sino con dinero contante y sonante. Y ese apoyo no terminará hasta que Israel y sus políticas de "perro rabioso" sean ampliamente consideradas como ilegítimas o contraproducentes.

Una de las formas principales en que se desacreditará Israel, a raíz de la reciente decisión de Washington de bloquear toda apuesta palestina en favor de un estado representado en la ONU, será la adopción de medidas enérgicas —probablemente violentas— contra cualquier aspiración política expresada por los palestinos bajo la ocupación.

La historia, incluyendo la historia palestina, sugiere que las poblaciones a las que se les niegan sus derechos no suelen permanecer pasivas indefinidamente. Los palestinos, que no ven esperanza alguna de que sus líderes puedan conducirles a un estado, estarán cada vez más motivados para reclamar su causa.

Como señala Neumann, los palestinos normales no tienen ningún poder para obligar a Israel a establecer un estado para ellos. Pero tienen el poder de exigir a Israel que les escuche lo que tienen que decir sobre su futuro y presionarle a través de la desobediencia civil, campañas en favor del derecho a voto y la creación de un movimiento anti-apartheid. Esa lucha tendrá lugar dentro de la realidad —implícitamente aceptada— de un estado, el creado por Israel. Si los palestinos luchan por el voto, será un voto en las elecciones del Knesset [parlamento israelí, N. del T.]

Nada de esto les dará un estado o el voto, evidentemente. Pero la represión israelí necesaria para contener estas fuerzas servirá para erosionar rápidamente cualquier simpatía internacional que subsista y empujará aún más a las fuerzas regionales a alinearse activamente contra Israel.

En pocas palabras, al margen de la opinión que uno tenga de ella, la promoción de una solución de un estado puede servir para acelerar la caída de las elites israelíes que oprimen a los palestinos. Por tanto, ¿por qué malgastar tanto esfuerzo en oponerse a ella?


Jonathan Cook ha recibido el Premio Especial Martha Gellhorn de Periodismo 2011. Reside en Nazaret. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel's Experiments in Human Despair (Zed Books). Tiene un sitio web en www.jkcook.net.

Traducción: Javier Villate

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