Cómo luchar contra la explotación infantil
Neil Howard
Publicado originalmente en: More of the Same in the Fight Against Child Labor, Dissent, 6/09/2011
Artículo que expresa una postura controvertida sobre el trabajo infantil, vinculada con una concepción general comunitarista. Aunque el autor hace una renuncia expresa al relativismo extremo, no está claro que eso sea consistente con el contenido del artículo. Probablemente, el autor tiene razón en su crítica al modelo "escolar" de enseñanza y en su crítica al enfoque "abolicionista" del trabajo infantil, por aquello de las consecuencias no deseadas (un error muy común en los planteamientos que se trasplantan de arriba abajo de un lugar a otro, sobre todo del Occidente desarrollado al Sur en vías de desarrollo). Pero hay afirmaciones que son extremadamente discutibles. Por ejemplo, hacer pasar algo como una tradición o una costumbre inocua por el mero hecho de que las gentes locales lo valoran, como parece ser el caso de los campesinos benineses, es algo típico en los comunitaristas, pero conlleva la suspensión del juicio crítico con respecto a esas prácticas y tradiciones.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha lanzado recientemente su última campaña para eliminar las "peores formas de trabajo infantil". Las páginas de los periódicos se han llenado de historias y debates que destacan la terrible suerte de los niños que trabajan, mientras que miembros de la OIT aparecen en la televisión instando a los gobiernos y a los consumidores a hacer algo al respecto.
La OIT está presionando para que se retire, de forma inmediata y generalizada, a todos los niños de lo que califica como ocupaciones más "peligrosas". Aunque la esclavitud y la prostitución siempre y en todo lugar han caído dentro de esta categoría, la OIT ha pedido a los gobiernos, empresas, donantes y organismo de Naciones Unidas como la OIT misma, que identifiquen otros sectores económicos que deban incluirse en la mencionada categoría. Una vez que un sector ha sido calificado como peligroso, los gobiernos tienen la obligación de tomar todas las medidas posibles para asegurarse de que los niños que trabajan en ese sector son retirados y de que no son sustituidos por otros. Para llevar a cabo esa tarea, la OIT está presionando a las comunidades en las que los niños trabajan y, además, colabora con firmas multinacionales y estados donantes para garantizar que sus cadenas de suministros y socios están participando en la campaña.
Este "enfoque abolicionista" del trabajo infantil representa la ideología política e institucional dominante sobre la mejor forma de proteger a los niños de la explotación económica. Pero la evidencia sugiere que no está funcionando.
A comienzos de los años 90, como consecuencia de un proyecto de ley propuesto por el senador norteamericano Tom Harkin —el principal apoyo político de la OIT y el canal a través del cual la organización consigue la mayor parte de los fondos para sus actividades contra el trabajo infantil— que tenía por finalidad prohibir las importaciones textiles procedentes de Bangladesh, a menos que los empresarios pudieran demostrar que no utilizaban trabajo infantil, miles de niños trabajadores se encontraron de repente sin empleo. El resultado fue que muchos niños terminaron trabajando en peores condiciones, deambulando por las calles, en trabajos sexuales o en fábricas que funcionan sin control.
Los costureros de balones de fútbol de Sialkot, Pakistán, cuentan una historia similar. Como ha mostrado la investigación de Ali Khan, antes de que la presión internacional afectara a las principales firmas deportivas que importaban balones de fútbol de Pakistán, la costura era una importante industria artesanal en Sialkot. Las familias pobres cosían balones de fútbol en sus propias casas, y los niños, cuando no estaban en la escuela, ayudaban bajo la supervisión de sus padres. ¿Qué pasó cuando esto cambió?
Omar, un niño de 14 años entrevistado por Khan, dijo: "Cosíamos balones de fútbol cuando lo necesitábamos. Ahora no hay balones. ¿Por qué han paralizado nuestro medio de vida? Deben de odiarnos... Quizá es porque somos musulmanes y la gente de Occidente está en contra de los musulmanes".
En mi propia investigación en África Occidental, ha descubierto patrones similares. Los principales sectores que, en esta región, enfrentan la presión internacional son la minería artesanal y el cultivo del cacao. En el caso de este último, el senador Harkin es, una vez más, una figura clave, trabajando junto a la OIT y firmas multinacionales como Hershey's para conseguir que sus líneas de suministro no emplean trabajo infantil. Cuando entrevisté a chicos que habían trabajado en plantaciones de Costa de Marfil, se sorprendieron por la creciente presión de las ONGs, la policía y los "blancos" para que los niños dejaran los trabajos que ellos veían con buenos ojos. "El trabajo en la plantación es muy fácil", me dijo un joven. "Los niños hacen el trabajo fácil y están mucho mejor aquí que en otros trabajos como la construcción".
Una detallada investigación realizada por Amanda Berlan confirmó que lo que oí era más que meras anécdotas. La mayoría de los niños que entrevistó decía que el trabajo del cacao era muy manejable y, a menudo, el único trabajo que les permitía seguir yendo a la escuela. Frecuentemente, trabajaban en parcelas familiares o rodeados de sus familias, por lo que estaban controlados y les daban las tareas menos duras, al tiempo que les alimentaban regularmente cuando tenían hambre. Todo esto difiere notablemente de las condiciones de trabajo que tendrían si se les expulsara de la industria del cacao, como consecuencia de las presiones internacionales.
Lo mismo sucede en las minas. En Benín, el gobierno, la OIT y las ONGs que participan en la campaña están presionando mucho a las comunidades rurales que permiten que sus hijos adolescentes emigren a Nigeria para trabajar en la minería. Aunque las grandes firmas occidentales no juegan ningún papel en estas actividades mineras, las autoridades las han situado en la diana porque dicen que el trabajo infantil allí es similar a la esclavitud. Para impedir que los niños trabajen en las minas, están utilizando leyes draconianas contra la emigración, que imponen severas multas y penas de prisión a quienes faciliten la emigración de un niño. En consecuencia, los adolescentes están volviendo a las aldeas, donde no existen oportunidades económicas, y los familiares adultos son encarcelados por ayudarles a pasar la frontera.
Si tantos casos parecen demostrar que hay problemas con el enfoque "abolicionista" del trabajo infantil, ¿por qué sigue siendo dominante? Buena parte de la respuesta hay que buscarla en la fundación de la OIT en 1919 y en los orígenes de la cruzada internacional para salvar a los niños del mundo de un trabajo "inaceptable".
Fue en ese periodo, según Harry Hendrick en su historia de la infancia británica, que dos fuerzas culturales se unieron para definir y regular lo que debía implicar la "infancia" como una etapa en la vida. Por un lado, motivado por el sufrimiento que acompañaba a las vidas laborales de muchos niños en la Gran Bretaña de la industrialización, estaba el movimiento romántico y su ideal de la juventud como un tiempo de inocencia bucólica, juego y ocio. Por otro lado, inspirado por la preocupación moralista del protestantismo por la piedad, el orden social y la disciplina, estaba lo que Hendrick califica como "evangelismo victoriano", que veía la infancia como un periodo en el que los individuos necesitaban la domesticación y la formación, con la escuela como el lugar perfecto para ambas tareas.
Lo que emergió de esta confluencia fue la idea de la infancia como algo que debe ser protegido y formado. Los niños deben ser protegidos de —y formados para— los "males" del lugar de trabajo. Dada la posición de la Gran Bretaña de entreguerras como la potencia política, económica y social dominante, este nuevo modelo de infancia se impuso rápidamente como norma en los países industrializados.
A medida que el siglo XX avanzaba, esa norma evolucionó y se arraigó. En Occidente, los salarios de los adultos aumentaron, las tasas de natalidad se redujeron y la participación en la fuerza de trabajo de los menores de 18 años disminuyó, hasta el punto de que mucho trabajo infantil se vio como inherentemente problemático. Aunque los expertos argumentaron que el trabajo infantil puede ser, y a menudo es, social y económicamente constructivo —enseñando a los niños conocimientos técnicos y retribuyéndoles con salarios que son útiles para ellos y sus comunidades—, la idea de que debía ser erradicado y reemplazado por la escuela se ha vuelto cada vez más fuerte.
Esta tendencia ha quedado reflejada en organizaciones internacionales como la OIT. La infancia británica de comienzos del siglo XX fue establecida como el modelo de la OIT, cuando Gran Bretaña y sus aliados imperiales crearon la organización después de la Primera Guerra Mundial. En consecuencia, este modelo de infancia fue extraído de sus raíces sociales, culturales, históricas y económicas, y convertido crecientemente en modelo "universal" o "normal", aplicado a infancias que no se reconocían en él.
Esto ayuda a explicar la persistente actitud abolicionista de la OIT hacia el trabajo infantil. La noción "globalizada" de la infancia por parte de la organización supone que hay una forma correcta de crecer y que el trabajo no forma parte de ella, razón por la cual se margina a las infancias que incluyen el trabajo, tal como se encuentran a menudo en contextos no occidentales. Este presupuesto es poderoso y los abolicionistas del trabajo infantil no han sabido aprender de los errores a los que ha conducido. Como en muchas intervenciones en los campos del "desarrollo" y la protección infantil, los políticos funcionan con una concepción moral que les lleva a trabajar en, en lugar de trabajar con, las comunidades pobres cuyos niños trabajan en lugar de ir a la escuela.
¿Qué puede hacerse sobre esto? Un número creciente de académicos y activistas están proponiendo las "dos Ps" (Política y Participación) para salir del punto muerto. Esto significa bajar al nivel de los niños y las comunidades, cuyo bienestar se supone que constituye el objetivo central de la campaña contra el trabajo infantil, para que participen en las decisiones sobre la mejor forma de garantizar su propio bienestar.
En mi investigación con mineros adolescentes y sus familias en Benín, encontré verdadera consternación por los intentos de las autoridades de aprobar una prohibición total del trabajo en las minas. En la sociedad beninesa, ese trabajo no es visto como inherentemente nocivo o como algo que debe estar restringido a los adultos. "No estamos en Francia, después de todo", me dijo un joven, que me explicó que en su comunidad ese trabajo es valorado. Es visto como una forma de que los adolescentes maduren, se vuelvan responsables y contribuyan como miembros de la comunidad; esta les alimenta y les enseña los conocimientos y habilidades que son necesarias en un entorno materialmente pobre.
¿Significa esto que tenemos —o que ellos creen que tenemos— que aceptar el relativismo extremo que afirma que ninguna legislación y ninguna campaña para proteger a los niños de los abusos económicos es aceptable? Por supuesto que no. Aunque es cierto que los mineros adolescentes rechazan abiertamente las afirmaciones de que su trabajo es tan difícil o tan peligroso como la OIT quiere hacernos creer, esto no significa que no implique a veces explotación, o que no apreciarían mejores salarios o más tiempo libre. ¿Qué es lo que prefieren estos jóvenes trabajadores? En cada una de las docenas de entrevistas que realicé, se les hicieron dos recomendaciones: intervención de las autoridades para mejorar las condiciones de trabajo y provisión de alternativas económicas o educativas.
Esto nos lleva a la segunda P, la política. Mientras la OIT y sus socios gastan mucha energía en pedir que los gobiernos y los empresarios de bajo nivel prohíban el trabajo infantil, prestan muy poca atención a las estructuras que limitan las opciones económicas de las familias normales y que, frecuentemente, suponen que los niños trabajan en situaciones muy lejos de las ideales. En el caso de las plantaciones de cacao, por ejemplo, el senador Harkin y sus socios, indudablemente bien intencionados, han hablado muy poco de elevar el precio que las multinacionales pagan a los productores. Tal como se ha documentado ampliamente, por cada dólar que las multinacionales ganan con productos como el café molido o las barras de chocolate, los productores reciben entre 1 y 3 centavos de dólar. La influencia política de Harkin podría orientarse mejor hacia una distribución más justa, dando a las familias de agricultores el dinero que necesitan para mantener a sus hijos en la escuela o para que se contrate a adultos en lugar de adolescentes.
El algodón es otro ejemplo. La gran mayoría de los mineros adolescentes que entrevisté en Benín procedían de comunidades en las que el algodón representaba el principal cultivo comercial. Lamentablemente para ellos, el precio internacional del algodón se ha mantenido artificialmente bajo durante la última década, como resultado de los grandes subsidios concedidos por el gobierno al algodón estadounidense, lo cual, en opinión de la Organización Mundial del Comercio, ha distorsionado el mercado. Las consecuencias de esta distorsión a nivel de las familias y del trabajo infantil han sido enormes. "Cuando el algodón funcionaba", me dijo un campesino, "ningún joven fue a [las minas de] Nigeria, porque estaban todos en la escuela". Cuando entrevisté a una de las más destacadas personalidades que trabajaron con Harkin en la última "campaña para la erradicación del trabajo infantil", todo lo que me dijo sobre los subsidios fue: "No puedo comentar eso, no me ocupo de ello". Dibi, un miembro del gobierno beninés, se encogió de hombros y dijo: "Estados Unidos es un país poderoso", y añadió: "No hay nada que podamos hacer al respecto".
Hasta que responsables políticos como la OIT y los senadores norteamericanos decidan impulsar el comercio justo en la parte superior de la cadena, no es probable que se produzca algún cambio. Y mientras tanto, los niños trabajadores y sus familias seguirán atrapados entre la injusticia estructural que reduce sus ingresos y las campañas, bien intencionadas pero mal orientadas, que les impiden hacer algo al respecto.
Neil Howard está preparando el doctorado en el departamento de desarrollo internacional de la Universidad de Oxford.
Traducción: Javier Villate
Publicado originalmente en: More of the Same in the Fight Against Child Labor, Dissent, 6/09/2011
Artículo que expresa una postura controvertida sobre el trabajo infantil, vinculada con una concepción general comunitarista. Aunque el autor hace una renuncia expresa al relativismo extremo, no está claro que eso sea consistente con el contenido del artículo. Probablemente, el autor tiene razón en su crítica al modelo "escolar" de enseñanza y en su crítica al enfoque "abolicionista" del trabajo infantil, por aquello de las consecuencias no deseadas (un error muy común en los planteamientos que se trasplantan de arriba abajo de un lugar a otro, sobre todo del Occidente desarrollado al Sur en vías de desarrollo). Pero hay afirmaciones que son extremadamente discutibles. Por ejemplo, hacer pasar algo como una tradición o una costumbre inocua por el mero hecho de que las gentes locales lo valoran, como parece ser el caso de los campesinos benineses, es algo típico en los comunitaristas, pero conlleva la suspensión del juicio crítico con respecto a esas prácticas y tradiciones.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha lanzado recientemente su última campaña para eliminar las "peores formas de trabajo infantil". Las páginas de los periódicos se han llenado de historias y debates que destacan la terrible suerte de los niños que trabajan, mientras que miembros de la OIT aparecen en la televisión instando a los gobiernos y a los consumidores a hacer algo al respecto.
La OIT está presionando para que se retire, de forma inmediata y generalizada, a todos los niños de lo que califica como ocupaciones más "peligrosas". Aunque la esclavitud y la prostitución siempre y en todo lugar han caído dentro de esta categoría, la OIT ha pedido a los gobiernos, empresas, donantes y organismo de Naciones Unidas como la OIT misma, que identifiquen otros sectores económicos que deban incluirse en la mencionada categoría. Una vez que un sector ha sido calificado como peligroso, los gobiernos tienen la obligación de tomar todas las medidas posibles para asegurarse de que los niños que trabajan en ese sector son retirados y de que no son sustituidos por otros. Para llevar a cabo esa tarea, la OIT está presionando a las comunidades en las que los niños trabajan y, además, colabora con firmas multinacionales y estados donantes para garantizar que sus cadenas de suministros y socios están participando en la campaña.
Este "enfoque abolicionista" del trabajo infantil representa la ideología política e institucional dominante sobre la mejor forma de proteger a los niños de la explotación económica. Pero la evidencia sugiere que no está funcionando.
Consecuencias no deseadas
A comienzos de los años 90, como consecuencia de un proyecto de ley propuesto por el senador norteamericano Tom Harkin —el principal apoyo político de la OIT y el canal a través del cual la organización consigue la mayor parte de los fondos para sus actividades contra el trabajo infantil— que tenía por finalidad prohibir las importaciones textiles procedentes de Bangladesh, a menos que los empresarios pudieran demostrar que no utilizaban trabajo infantil, miles de niños trabajadores se encontraron de repente sin empleo. El resultado fue que muchos niños terminaron trabajando en peores condiciones, deambulando por las calles, en trabajos sexuales o en fábricas que funcionan sin control.
Los costureros de balones de fútbol de Sialkot, Pakistán, cuentan una historia similar. Como ha mostrado la investigación de Ali Khan, antes de que la presión internacional afectara a las principales firmas deportivas que importaban balones de fútbol de Pakistán, la costura era una importante industria artesanal en Sialkot. Las familias pobres cosían balones de fútbol en sus propias casas, y los niños, cuando no estaban en la escuela, ayudaban bajo la supervisión de sus padres. ¿Qué pasó cuando esto cambió?
Omar, un niño de 14 años entrevistado por Khan, dijo: "Cosíamos balones de fútbol cuando lo necesitábamos. Ahora no hay balones. ¿Por qué han paralizado nuestro medio de vida? Deben de odiarnos... Quizá es porque somos musulmanes y la gente de Occidente está en contra de los musulmanes".
En mi propia investigación en África Occidental, ha descubierto patrones similares. Los principales sectores que, en esta región, enfrentan la presión internacional son la minería artesanal y el cultivo del cacao. En el caso de este último, el senador Harkin es, una vez más, una figura clave, trabajando junto a la OIT y firmas multinacionales como Hershey's para conseguir que sus líneas de suministro no emplean trabajo infantil. Cuando entrevisté a chicos que habían trabajado en plantaciones de Costa de Marfil, se sorprendieron por la creciente presión de las ONGs, la policía y los "blancos" para que los niños dejaran los trabajos que ellos veían con buenos ojos. "El trabajo en la plantación es muy fácil", me dijo un joven. "Los niños hacen el trabajo fácil y están mucho mejor aquí que en otros trabajos como la construcción".
Una detallada investigación realizada por Amanda Berlan confirmó que lo que oí era más que meras anécdotas. La mayoría de los niños que entrevistó decía que el trabajo del cacao era muy manejable y, a menudo, el único trabajo que les permitía seguir yendo a la escuela. Frecuentemente, trabajaban en parcelas familiares o rodeados de sus familias, por lo que estaban controlados y les daban las tareas menos duras, al tiempo que les alimentaban regularmente cuando tenían hambre. Todo esto difiere notablemente de las condiciones de trabajo que tendrían si se les expulsara de la industria del cacao, como consecuencia de las presiones internacionales.
Lo mismo sucede en las minas. En Benín, el gobierno, la OIT y las ONGs que participan en la campaña están presionando mucho a las comunidades rurales que permiten que sus hijos adolescentes emigren a Nigeria para trabajar en la minería. Aunque las grandes firmas occidentales no juegan ningún papel en estas actividades mineras, las autoridades las han situado en la diana porque dicen que el trabajo infantil allí es similar a la esclavitud. Para impedir que los niños trabajen en las minas, están utilizando leyes draconianas contra la emigración, que imponen severas multas y penas de prisión a quienes faciliten la emigración de un niño. En consecuencia, los adolescentes están volviendo a las aldeas, donde no existen oportunidades económicas, y los familiares adultos son encarcelados por ayudarles a pasar la frontera.
La historia se repite
Si tantos casos parecen demostrar que hay problemas con el enfoque "abolicionista" del trabajo infantil, ¿por qué sigue siendo dominante? Buena parte de la respuesta hay que buscarla en la fundación de la OIT en 1919 y en los orígenes de la cruzada internacional para salvar a los niños del mundo de un trabajo "inaceptable".
Fue en ese periodo, según Harry Hendrick en su historia de la infancia británica, que dos fuerzas culturales se unieron para definir y regular lo que debía implicar la "infancia" como una etapa en la vida. Por un lado, motivado por el sufrimiento que acompañaba a las vidas laborales de muchos niños en la Gran Bretaña de la industrialización, estaba el movimiento romántico y su ideal de la juventud como un tiempo de inocencia bucólica, juego y ocio. Por otro lado, inspirado por la preocupación moralista del protestantismo por la piedad, el orden social y la disciplina, estaba lo que Hendrick califica como "evangelismo victoriano", que veía la infancia como un periodo en el que los individuos necesitaban la domesticación y la formación, con la escuela como el lugar perfecto para ambas tareas.
Lo que emergió de esta confluencia fue la idea de la infancia como algo que debe ser protegido y formado. Los niños deben ser protegidos de —y formados para— los "males" del lugar de trabajo. Dada la posición de la Gran Bretaña de entreguerras como la potencia política, económica y social dominante, este nuevo modelo de infancia se impuso rápidamente como norma en los países industrializados.
A medida que el siglo XX avanzaba, esa norma evolucionó y se arraigó. En Occidente, los salarios de los adultos aumentaron, las tasas de natalidad se redujeron y la participación en la fuerza de trabajo de los menores de 18 años disminuyó, hasta el punto de que mucho trabajo infantil se vio como inherentemente problemático. Aunque los expertos argumentaron que el trabajo infantil puede ser, y a menudo es, social y económicamente constructivo —enseñando a los niños conocimientos técnicos y retribuyéndoles con salarios que son útiles para ellos y sus comunidades—, la idea de que debía ser erradicado y reemplazado por la escuela se ha vuelto cada vez más fuerte.
Esta tendencia ha quedado reflejada en organizaciones internacionales como la OIT. La infancia británica de comienzos del siglo XX fue establecida como el modelo de la OIT, cuando Gran Bretaña y sus aliados imperiales crearon la organización después de la Primera Guerra Mundial. En consecuencia, este modelo de infancia fue extraído de sus raíces sociales, culturales, históricas y económicas, y convertido crecientemente en modelo "universal" o "normal", aplicado a infancias que no se reconocían en él.
Esto ayuda a explicar la persistente actitud abolicionista de la OIT hacia el trabajo infantil. La noción "globalizada" de la infancia por parte de la organización supone que hay una forma correcta de crecer y que el trabajo no forma parte de ella, razón por la cual se margina a las infancias que incluyen el trabajo, tal como se encuentran a menudo en contextos no occidentales. Este presupuesto es poderoso y los abolicionistas del trabajo infantil no han sabido aprender de los errores a los que ha conducido. Como en muchas intervenciones en los campos del "desarrollo" y la protección infantil, los políticos funcionan con una concepción moral que les lleva a trabajar en, en lugar de trabajar con, las comunidades pobres cuyos niños trabajan en lugar de ir a la escuela.
La necesidad de la política y la participación
¿Qué puede hacerse sobre esto? Un número creciente de académicos y activistas están proponiendo las "dos Ps" (Política y Participación) para salir del punto muerto. Esto significa bajar al nivel de los niños y las comunidades, cuyo bienestar se supone que constituye el objetivo central de la campaña contra el trabajo infantil, para que participen en las decisiones sobre la mejor forma de garantizar su propio bienestar.
En mi investigación con mineros adolescentes y sus familias en Benín, encontré verdadera consternación por los intentos de las autoridades de aprobar una prohibición total del trabajo en las minas. En la sociedad beninesa, ese trabajo no es visto como inherentemente nocivo o como algo que debe estar restringido a los adultos. "No estamos en Francia, después de todo", me dijo un joven, que me explicó que en su comunidad ese trabajo es valorado. Es visto como una forma de que los adolescentes maduren, se vuelvan responsables y contribuyan como miembros de la comunidad; esta les alimenta y les enseña los conocimientos y habilidades que son necesarias en un entorno materialmente pobre.
¿Significa esto que tenemos —o que ellos creen que tenemos— que aceptar el relativismo extremo que afirma que ninguna legislación y ninguna campaña para proteger a los niños de los abusos económicos es aceptable? Por supuesto que no. Aunque es cierto que los mineros adolescentes rechazan abiertamente las afirmaciones de que su trabajo es tan difícil o tan peligroso como la OIT quiere hacernos creer, esto no significa que no implique a veces explotación, o que no apreciarían mejores salarios o más tiempo libre. ¿Qué es lo que prefieren estos jóvenes trabajadores? En cada una de las docenas de entrevistas que realicé, se les hicieron dos recomendaciones: intervención de las autoridades para mejorar las condiciones de trabajo y provisión de alternativas económicas o educativas.
Esto nos lleva a la segunda P, la política. Mientras la OIT y sus socios gastan mucha energía en pedir que los gobiernos y los empresarios de bajo nivel prohíban el trabajo infantil, prestan muy poca atención a las estructuras que limitan las opciones económicas de las familias normales y que, frecuentemente, suponen que los niños trabajan en situaciones muy lejos de las ideales. En el caso de las plantaciones de cacao, por ejemplo, el senador Harkin y sus socios, indudablemente bien intencionados, han hablado muy poco de elevar el precio que las multinacionales pagan a los productores. Tal como se ha documentado ampliamente, por cada dólar que las multinacionales ganan con productos como el café molido o las barras de chocolate, los productores reciben entre 1 y 3 centavos de dólar. La influencia política de Harkin podría orientarse mejor hacia una distribución más justa, dando a las familias de agricultores el dinero que necesitan para mantener a sus hijos en la escuela o para que se contrate a adultos en lugar de adolescentes.
El algodón es otro ejemplo. La gran mayoría de los mineros adolescentes que entrevisté en Benín procedían de comunidades en las que el algodón representaba el principal cultivo comercial. Lamentablemente para ellos, el precio internacional del algodón se ha mantenido artificialmente bajo durante la última década, como resultado de los grandes subsidios concedidos por el gobierno al algodón estadounidense, lo cual, en opinión de la Organización Mundial del Comercio, ha distorsionado el mercado. Las consecuencias de esta distorsión a nivel de las familias y del trabajo infantil han sido enormes. "Cuando el algodón funcionaba", me dijo un campesino, "ningún joven fue a [las minas de] Nigeria, porque estaban todos en la escuela". Cuando entrevisté a una de las más destacadas personalidades que trabajaron con Harkin en la última "campaña para la erradicación del trabajo infantil", todo lo que me dijo sobre los subsidios fue: "No puedo comentar eso, no me ocupo de ello". Dibi, un miembro del gobierno beninés, se encogió de hombros y dijo: "Estados Unidos es un país poderoso", y añadió: "No hay nada que podamos hacer al respecto".
Hasta que responsables políticos como la OIT y los senadores norteamericanos decidan impulsar el comercio justo en la parte superior de la cadena, no es probable que se produzca algún cambio. Y mientras tanto, los niños trabajadores y sus familias seguirán atrapados entre la injusticia estructural que reduce sus ingresos y las campañas, bien intencionadas pero mal orientadas, que les impiden hacer algo al respecto.
Neil Howard está preparando el doctorado en el departamento de desarrollo internacional de la Universidad de Oxford.
Traducción: Javier Villate
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