Reforma laboral: ¿para qué? (2ª parte)

Como decía en la entrada anterior, Zapatero nos dejó muy claro que, en su legislatura, "no habrá despidos más baratos ni más fáciles ni más libres". Celestino Corbacho, ministro de Trabajo, decía hace exactamente un año que eso de la reforma laboral eran pamplinas. Bien, ya sabemos que hay que traducir lo que dicen los socialistas al lenguaje de la verdad, del que se hayan bastante lejos. Hay reforma laboral y hay despido más barato.

No estoy en contra de que haya despido más barato; lo que me pregunto es: ¿para qué? Porque si respondemos bien esa pregunta, sabremos qué otras cosas tendremos que hacer. El secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, calificó hace unos días de "desafortunado" el hecho de centrar la reforma laboral en el coste del despido. Pero todo parece indicar que ese ha sido el tema principal de desacuerdo entre patronal y sindicatos, y el objetivo principal del decreto, que no único.

Tal vez nos tengamos que ir olvidando de lo que significa tener un trabajo para toda la vida. En realidad, a la fuerza ahorcan, y muchísimos ya saben lo que es eso. Pero es evidente que algo más hará falta, además de facilitar el despido. En estas mismas páginas hemos transcrito la interesante entrevista de Iñaki Gabilondo a Manuel Castells, y en ella el eminente sociólogo dice algo muy sensato:
La productividad viene, fundamentalmente, de la innovación tecnológica y empresarial, y de la capacidad de que algunas personas puedan desarrollar proyectos de nuevo tipo (...). El problema aquí es que necesitan financiación para sus proyectos. Sin financiación no hay emprendimiento real, hay sueños de emprendedores. Y aquí el problema que tenemos es que las instituciones financieras españolas no saben de capital riesgo de verdad, son muy conservadoras, son absolutamente arriesgadas en manipular nuestros fondos de inversión, pero en cambio son absolutamente conservadoras en favorecer el emprendimiento. Aquí, el capital riesgo, como se llama en el mundo, en España las instituciones financieras lo consideran capital para mí, riesgo para ti.



Medio en broma, medio en serio, suelo decir que este es un país de chapuceros, y que eso se manifiesta en muchas cosas: desde la inconsistencia en las señalizaciones del tráfico hasta el escaso interés por la innovación y la ciencia, pasando por la mediocre calidad del trabajo. No es políticamente correcto decir esto, pero estoy harto de comprobarlo diariamente. Solo así se entiende la "cultura del pelotazo" y del dinero fácil que ha arrasado en España. Y solo así se entienden las palabras de Castells:

En Silicon Valley, si no fracasas no te dan dinero. Es decir, como media, las empresas de Silicon Valley que se establecen finalmente, sus emprendedores han fracasado seis veces antes de que la séptima sea la que va la vencida. Y solamente les dan dinero sustantivo, dinero importante, en la medida en que ya tienen la experiencia del fracaso, porque si no, es que no han aprendido, y si no han aprendido a fracasar, no saben realmente llevar una empresa.

En España es al revés. Si has fracasado, olvídate de que te financien. Y la innovación, por definición, pasa primero por intentos y fracasos, porque si no, no sería innovación. Porque es algo que no se sabe, que no existe, que hay que probar y, por consiguiente, implica un factor de riesgo, y un factor de riesgo de cada aprendizaje a través del fracaso. Implica, también, el mantenimiento de la determinación de seguir adelante, de crear nuevos productos, nuevas empresas, y así crear riqueza entre todos.

Aclaremos las cosas. Si todo lo que se le ocurre al gobierno socialista es fusionar cajas, realizar recortes sociales, facilitar el despido y, previsiblemente, modificar el marco de negociación colectiva, ¿dónde están las reformas estructurales? Faltan dos cosas: mayor equidad en la política para combatir el déficit público y una política activa de innovación tecnológica y modernización empresarial. Hacen falta incentivos para que los emprendedores puedan probar sus proyectos y para que se invierta en sectores con alta productividad, una reducción de los gastos públicos improductivos (gasto militar, financiación de la Iglesia...), mayor presión fiscal sobre las grandes fortunas y sobre las transacciones bancarias, reducir drásticamente el fraude fiscal, etc. Con todo esto, sería posible un mayor gasto público que tuviera efectos benéficos sobre la economía y el desarrollo social. No se aumentará la productividad y se creará empleo solo con la reforma del mercado laboral. Eso es un engaño descarado. En el siglo XXI, el aumento sostenido del empleo va de la mano del aumento de la productividad en base a las nuevas tecnologías, tal como dice el profesor Castells.

Los mismos socialistas han hablado de reformas estructurales y de modelo de crecimiento. Pero ahora se han olvidado de todo eso y solo tienen oídos para los "mercados", es decir, para el poder financiero alemán. Nos han convertido en poco más que rehenes de esos especuladores avariciosos. No es la democracia política la que decide nuestra política económica, sino algunos poderes económicos, con el consentimiento de los socialistas. Lo más grave de toda esta crisis es la situación de obediencia a ese poder económico, la improvisación fruto del miedo y la desorientación, los cambios radicales del gobierno que permanecen inexplicados, la falta de explicaciones del gobierno ante la ciudadanía, el desconcierto, la inseguridad, la incertidumbre radical... y el pesimismo, la apatía.

Hay una metáfora muy conocida en los ambientes filosóficos que fue creada por el neopositivista Otto Neurath. La idea es que vivimos como en un barco que se encuentra en alta mar y que ha sufrido algunos desperfectos debido a una tormenta. No hay más remedio que arreglarlos sin dejar de navegar, sin poder permitirnos el lujo de parar, desmontar el barco y volverlo a montar, no podemos retrasar las reparaciones hasta llegar a un puerto seguro. Se impone el pragmatismo, no las teorías ni las ideologías. Pero, al mismo tiempo, y es lo que Neurath no dijo, hay que saber a dónde queremos ir: ¿vamos a Buenos Aires o a Tokio? ¿A Londres o a Nueva York? ¿Nos ha dicho Zapatero hacia dónde nos encaminamos? ¿Ha comparecido Zapatero ante la ciudadanía para explicarnos cuál es la situación del país, qué piensa hacer y cómo? Nada de eso ha habido, y esa la principal y más fuerte crítica que cabe hacerle a un presidente supuestamente demócrata y socialista.

Zapatero se confesó admirador del filósofo político Philip Pettit, teórico del republicanismo cívico. Toda su actuación política, desde la primera legislatura hasta ahora, no tiene ningún rasgo de republicanismo cívico, y desde luego mucho menos a partir de ese último giro copernicano. Un elemento fundamental del republicanismo cívico es la participación ciudadana en la toma de decisiones. Pero Zapatero se ha olvidado de los ciudadanos. Somos meros espectadores, perplejos y aturdidos, de lo que está pasando y de lo que están haciendo nuestros dirigentes. ¿Participación? Cero zapatero.

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