Gustavo Bueno: de filósofo a recaudador de multas misóginas

Nunca fue un filósofo de mi devoción, pero desde que apareció defendiendo esa memez de Gran Hermano en Tele5, ha sido la repanocha. Era todo un espectáculo ver cómo argumentaba en favor de ese engendro. Después se lució con su libro contra Rodríguez Zapatero y ahora se nos ha descolgado con una insólita propuesta: multar a las mujeres que aborten "por negligencia".
El filósofo asturiano, Gustavo Bueno, sostiene que las mujeres que abortan "deberían de ser multadas por negligencia, al no haber sabido a tiempo controlar la natalidad". "No se puede tolerar que una mujer aborte porque se tome a broma estas cosas y porque esté amparada por una ley", señala.
Creo que no hacen falta más comentarios. Se trata, lisa y llanamente, de una curiosidad. Nos permitirá, Gustavo Bueno, que nos lo tomemos a broma. No obstante, me voy a permitir sugerirle que más allá de la ley solo está la conciencia moral de cada cual, un terreno en el que somos muchos los que trabajamos para que se desarrolle la tolerancia, es decir, para que se tolere lo que, precisamente, Gustavo Bueno quiere que no se tolere, porque se ha inclinado hacia el autoritarismo y la intolerancia.

Opiniones más interesantes que las de Bueno son estas de José María Ruiz Soroa (¿Cuándo comienza la vida humana?), Jesús Mosterín (Obispos, aborto y castidad), Fernando Savater (Abortos y otras malformaciones) y Soledad Murillo (El aborto, una decisión no deseada).

Ruiz Soroa llama la atención sobre una cierta concepción, bastante extendida entre ciertos ambientes, que considera que "la mujer es la única titular de derechos en relación con su embarazo", ya que el feto no es una persona humana. A partir de aquí, no habría realmente nada que regular, puesto que no existiría ningún conflicto: la mujer tomaría decisiones que, al parecer, solo a ella afectan. "Para este radical planteamiento, existe una vida humana y no dos en la problemática situación que plantea el aborto y, por ello, no hay ningún conflicto serio a resolver", dice Ruiz Soroa.

Las líneas más interesantes del artículo de Ruiz Soroa son estas:
Hay algo que intuitivamente se nos impone sin necesidad de mayor argumentación y es que el aborto es una situación que afecta directamente a algo o alguien más que a la mujer que lo sufre. Todos intuimos que el feto que se destruye en un aborto tiene algo que ver con la vida humana, que no es lo mismo amputarse una oreja que amputarse un feto. Y que, precisamente por ello, la regulación del aborto debe tomar en consideración la existencia del feto como factor limitativo de la voluntad absoluta de la mujer.
¿Está usted insinuando que el feto es una persona humana y que, por tanto, el aborto es un asesinato? ¿Defiende usted, como la doctrina católica oficial, que existe vida humana desde el momento mismo de la fecundación del óvulo? Pues no, ni mucho menos. Lo que afirmo es sólo que el feto tiene que ver con la vida humana y que este particular 'tener que ver' debe ser examinado con cuidado cuando se discute sobre la regulación del aborto.
Verán, y por decirlo directamente, es un error plantear la cuestión como un dilema binario, el de si el feto es o no persona. Porque así planteada, la cuestión lleva indefectiblemente a respuestas arbitrarias y apriorísticas. Unos dicen que lo es ya desde la concepción, otros desde que es viable, otros desde que puede vivir independientemente, otros sólo desde que nace. Todos tienen una respuesta tajante para una cuestión que sin embargo, y éste es el meollo del asunto, es imposible de contestar. Esto es lo que afirmo: que no existe forma de responder a la pregunta de cuándo exactamente, en qué concreto momento, comienza a existir la vida humana. Porque es una pregunta falaz en su mismo planteamiento. Y que la religión, la ciencia, o la medicina, cuando ponen aquí o allí, en algún concreto momento, ese comienzo de la vida humana, están siendo arbitrarias en grado sumo.
Por eso, Ruiz Soroa considera que "un óvulo fecundado en el seno materno 'es una persona humana' en cierto sentido puesto que ese germen tiende a constituirse finalmente como tal. Pero 'no lo es' en otro sentido, puesto que carece de casi todos los requisitos que consideramos como constituyentes del ser humano (no es un individuo dotado de reflexividad consciente)". Con otras palabras, Ruiz Soroa sostiene que "un feto es un ser humano en potencia", al igual que un niño recién nacido o uno de seis meses. "Pero ninguno de ellos es un ser humano en acto", sentencia. Consideraciones polémicas donde las haya.

Más adelante señala Ruiz Soroa que "la pregunta que se frustra a sí misma es la cuestión del momento exacto en que la potencia se transforma en acto, la de establecer un momento cronológico para ese paso de la una al otro. No hay respuesta para esa pregunta, como tampoco la hay para preguntas de similar índole tales como: ¿Cuándo, que día y hora, aprendí a hablar? ¿Cuándo exactamente empecé a amar? ¿Cuándo en concreto empecé a ser viejo?". Y sin embargo, debemos regular en qué momento el aborto es lícito y desde qué momento deja de serlo por chocar con el interés del nasciturus.

No puedo por más que suscribir lo que dice Ruiz Soroa al sostener que "no existen en esta materia 'verdades previas' (sean la de que el feto es persona desde la concepción, o que no lo es hasta nacer, o cualquiera intermedia) que puedan ponerse sobre la mesa de discusión como argumentos ganadores a priori". Es decir, nuestra decisión ha de intentar buscar soluciones de compromiso entre intereses tal vez contrapuestos y que salvaguarden al máximo la libertad de los afectados. Pero no podemos buscar fundamentos inconmovibles, porque estos no existen.

Opiniones similares tiene, en algunos puntos, Jesús Mosterín, pero no en todos. Sigue el mismo hilo aristoteliano que Ruiz Soroa a la hora de distinguir realidades en acto y realidades en potencia. Pero Mosterín se fija más en la diferencia que existe entre esas dos realidades que la continuidad que los une.
El niño es un anciano en potencia, pero un niño no tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, pero no es lo mismo enterrar a un hombre vivo que a un cadáver. (...) Un embrión no es un hombre y, por tanto, eliminar un embrión no es matar a un hombre.
Por su parte, a Fernando Savater le interesa argumentar en favor de la tolerancia y de la separación entre ley y moral, así como entre moral y ciencia:
No son argumentos de obstetricia ni de ninguna otra ciencia los que pueden zanjar legal ni mucho menos moralmente una cuestión tan delicada que compromete valores fundamentales de nuestra sociedad. Los científicos pueden aportar datos indispensables pero siempre abiertos a estimaciones controvertidas, que las leyes tratarán de reflejar dando protección a la libertad de los individuos presentes y también a la estima que merecen los venideros.

[...] el problema no es si Dios existe o no, sino si vivimos en una sociedad realmente laica, es decir, con leyes que distinguen eficazmente entre delitos y pecados.
Por último, Soledad Murillo nos recuerda que "cada seis minutos muere una mujer en el mundo por someterse a un aborto ilegal", en más de 64 países está prohibido, mientras que en los países en que está regulado y se presta atención a la educación sexual, como es el caso de Holanda, nos encontramos con las tasas más bajas de abortos.

Mientras tanto, se han hecho oír algunas críticas hacia la nueva ley del aborto:


En efecto, las clínicas abortistas dicen que los supuestos previstos por el comité de expertos dejarían fuera a las mujeres más vulnerables, en particular inmigrantes y adolescentes.

Pero las más sonoras están siendo las de la Iglesia católica. El presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, ha llegado a decir que "el crimen del aborto ensombrece la historia de la humanidad". Y uno piensa que lo que realmente ha ensombrecido la historia de la humanidad han sido la Santa Inquisición, las torturas y asesinatos cometidos bajo su santa dirección, las bendiciones otorgadas por la Iglesia a los conquistadores españoles de América y sus genocidios sin cuento, la santa complicidad del Vaticano con la persecución y el exterminio de los judíos llevados a cabo por los nazis, o el apoyo otorgado a regímenes fascistas como el de Franco... Es indignante que estos señores lancen este tipo de campañas altisonantes basados en una moral hipócrita y manchada de sangre inocente.Tags Technorati:

Comentarios